Hace unos años, el candidato presidencial Antanas Mockus perdió las elecciones –según algunos analistas– porque era solo en las redes sociales donde llevaba la delantera. Hoy, los medios de comunicación han sido desplazados por ese nuevo canal digital, que les permite a los usuarios expresarse sin temores, seguir de cerca a la prensa que prefieran y a los autores que consideran de mayor credibilidad.
En otras palabras, hay una nueva definición de opinión pública, que resulta riesgosa en la medida en que fácilmente puede ser engañada por los candidatos, pero que también puede tomar decisiones con criterio en contravía de lo planteado por los medios tradicionales. De cierta forma, quienes dicen lo que el público quiere escuchar, terminan sumando un mayor número de adeptos, y ahí está el peligro.
Los ejemplos recientes, por todos conocidos, dan cuenta de ello. El triunfo del ‘No’ en las elecciones del plebiscito por la paz en Colombia, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (denominada ‘Brexit’) y las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
En todos los casos, hay denuncias por presuntos engaños a los electores, aparente populismo desde quienes promovieron la opción ganadora y una derrota aplastante contra las encuestadoras (que se mantienen impunes, pese a los resultados). Se trata de tres casos sucedidos en los últimos seis meses, que dejan en entredicho, además, la definición y el alcance de la democracia.
En el país de la libertad, para no ir tan lejos, el candidato republicano Donald Trump triunfa con 306 votos del colegio electoral, mientras la candidata demócrata Hillary Clinton pierde, pese a que registró un mayor número de sufragios ciudadanos en todo el territorio estadounidense.
En resumen, en Estados Unidos hay votos de primera y segunda clase, según el Estado en donde se ejerza ese derecho. Toda una paradoja. En Colombia, una minoría participa en la decisión más importante de los últimos 60 años y le da el triunfo al rechazo a un proceso de paz –en algunos casos– justificado en mitos y desinformación. Y con los británicos, el panorama es aún más triste porque fue la población de la tercera edad la que tomó una decisión (retirarse de la Unión Europea) que afectaba estrictamente a los más jóvenes.
Allí aparece el voto vergonzante que significa la capacidad de rechazo que genera determinada alternativa en una elección. Esa condena social hace que el elector no diga la verdad a la hora de ser encuestado, o de conversar al respecto, y vota en secreto sin compartir su decisión. Eso sucedía si alguien decía que votaría por Trump, o favor del ‘No’, y explica, en parte, por qué las encuestadoras ya no predicen ningún resultado.
El 2016 debe dejarnos grandes lecciones en este sentido.
Ya no se puede desconocer la enorme capacidad que tienen las redes sociales para comunicar y medir los ambientes de opinión pública, en medio de los cuales los electores se sienten más cómodos expresando sus intereses. La era de las encuestas telefónicas se acabó y comenzó, desde hace rato, la conquista del escenario digital. Ese es el verdadero cuarto poder en un mundo en el que los usuarios viven conectados a la red, incluso cuando duermen.
Juan Manuel Ramírez Montero
CEO de Innobrand
j@egonomista.com / @Juamon
La democracia que dejó el 2016
No se puede desconocer la enorme capacidad que tienen las redes sociales para comunicar y medir los ambientes de opinión pública.
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