Si hay un escenario en el que las propuestas populistas puedan hacer estragos es en la economía, primero por la gran cantidad de variables que inciden sobre la misma y, segundo, porque allí la confianza es el bien más preciado. Bajar impuestos (sin garantizar sostenibilidad del presupuesto), repartir subsidios a todo el mundo, incrementar el salario mínimo sin medir consecuencias sobre la generación de empleo, reducir la edad de jubilación o expropiar empresas para controlarlas desde el Estado pueden representar iniciativas interesantes para muchos, pero a la vez irresponsables en el manejo de un país.
Y Venezuela debe dejar de ser el único ejemplo del camino equivocado que puede tomar un gobierno en el manejo de su economía. Hay que mirar los niveles de exagerado endeudamiento de Puerto Rico, la desconfianza en términos de inversión que sellaron Ecuador y Argentina ante las amenazas de entrar en impagos de su deuda externa o el desproporcionado proteccionismo en materia de comercio exterior. Ni qué hablar de España, que quedó en un difícil lugar con la situación de Cataluña. Por su parte, el brexit aplica como ejemplo de desinformación ciudadana en Gran Bretaña.
El populismo, junto con las falsas noticias, se puso de moda con el auge de los medios digitales, el marketing y la inmediatez de las comunicaciones. Muy fácil cautivar electores ofreciendo propuestas insostenibles, incumplibles o dañinas para la estabilidad jurídica y económica de un país. Y tal vez, peor aún, que los gobernantes sigan comportándose como candidatos después de elegidos ofreciendo discursos cargados de emociones y deficientes en argumentos o fórmulas para cumplir sus promesas. Pueden pasar 50 años antes de que un país recupere la confianza de sus ciudadanos o que los inversionistas encuentren la seguridad necesaria para volver a hacer negocios en determinado territorio.
Y Colombia, para no perder la costumbre, está entrando en la moda del populismo. Nada más oportuno que las elecciones presidenciales para encontrar propuestas colmadas de emociones como acabar con las EPS, hacer ‘trizas’ el proceso de paz, señalar de izquierda a quien no lo es, volver a fusionar algunos ministerios o promover la cadena perpetua para los corruptos. Tan reprochable un candidato que abuse de su capacidad de comunicar para engañar a los ciudadanos como también un elector que sin rigurosidad comparta ideas de un candidato populista. En la libertad que otorga la democracia debería existir una responsabilidad por cuestionar a los medios y a los postulantes a las elecciones sobre la realidad de sus informaciones suministradas.
Un ejemplo de cierre es Estados Unidos con el arribo a la presidencia de Donald Trump, un empresario que con irreverencia e imprudencia –en no pocos casos– conquistó a la opinión pública diciéndoles lo que ellos querían escuchar. Contrario a los cálculos de analistas, encuestadores, medios de comunicación y hasta miembros del Gobierno saliente, el candidato logró imponerse en la mayoría de los Estados.
Mucho camino le falta por recorrer a Colombia en un momento trascendental en el que no podemos perder todo lo que se ha logrado.