Hace 60 años, según la Cepal, los niveles de desigualdad de América Latina no solo eran relativamente bajos sino que además eran los mismos que Estados Unidos. Con el paso de las últimas décadas, Norteamérica redujo aún más su Índice de Gini (que mide de la desigualdad) y en cambio Latinoamérica creció el fenómeno a niveles históricos.
Pueden ver el informe Globalización y Desarrollo que José Antonio Ocampo lideró en su momento desde esa organización. ¿Qué hizo bien el uno y qué le faltó al otro para superar las brechas sociales que hoy, junto con la pandemia, han llevado al colapso de la institucionalidad en nuestros países?
Hay muchos factores: la apertura económica abrupta en vez de progresiva, la alta volatilidad de nuestras monedas, la débil inversión en infraestructura, el fenómeno de corrupción latente y, sobre todo, la falta de inversión en educación. Y todo lo anterior se resume en que nuestros países se concentraron en el estricto control al déficit fiscal como mecanismo para resolver ese dilema entre desempleo e inflación pero se olvidaron de la importancia de pensar también en el gasto público como una inversión para crecer socialmente.
Como ya han pasado más de seis décadas, ahora resulta que no se debe pensar solo en educación sino también en habilidades digitales para la Cuarta Revolución Industrial como la programación, el testing, la analítica de datos para la toma de decisiones, la inteligencia artificial, el bilingüismo, entre otras cosas. En pocas palabras, aprender todas aquellas herramientas que les permitirán a jóvenes y no tan jóvenes insertarse en el nuevo mercado laboral, aquel que está sustentado en el desarrollo de nuevas tecnologías.
Buena parte de la gente, aquella que está en las calles inconforme, reclama oportunidades laborales, mejoras en sus ingresos o en la calidad de vida propia y de sus hijos.
No puede ser más oportuno que giremos nuestra mirada a todos los empleos que el mundo de la economía digital está ofreciendo: bien pagos, con la alternativa de trabajar de manera remota y para todos los niveles de educación.
A eso debemos apuntar si queremos revertir los altos niveles de desigualdad que hay en América Latina, disminuyendo de paso la dependencia de sectores tradicionales de la economía.
No se extrañen entonces que en el actual paro nacional que vive Colombia hayan ciudadanos exigiendo conectividad en las zonas rurales, computadores o tabletas para asistir virtualmente a clases y programas de apoyo para financiar sus emprendimientos de base tecnológica.
Hay que reconocer, en todo caso, que es una victoria de la sociedad escuchar a los empresarios hablando de salarios justos, a los gobiernos buscando fórmulas para escuchar a los jóvenes y unos ciudadanos que se preguntan cómo aportar a la problemática social que nos aqueja por estos días.
Juan Manuel Ramírez M.
CEO de Innobrand / j@egonomista.com