La persistente creencia de que el crecimiento económico afecta positivamente todos los fenómenos sociales que sufre un país hace perder el tiempo frente al uso de verdaderas estrategias para contrarrestar problemas como el desempleo y la desigualdad.
Un reciente informe de la ONU Hábitat reveló que Colombia conforma el grupo de los cuatro países que han tenido menos éxito en la reducción de la desigualdad entre los 18 que incluyó ese estudio. De hecho, en el periodo comprendido entre 1990 y el 2010 fue la nación que más aumentó los niveles de desigualdad urbana. Lo anterior quiere decir que las diferencias entre el rico y el pobre se duplicaron, y que la desigualdad del ingreso aumentó en 15 por ciento. Como si esto fuera poco, Colombia fue el único país en el cual, en todas sus ciudades, aumentó dicho fenómeno.
Para nadie es un secreto que Colombia ha registrado niveles de crecimiento superiores al 5 por ciento en los últimos diez años y, por ende, ha logrado una dinámica económica favorable con variables como la inversión extranjera directa o la producción industrial –que desde hace un año viene sufriendo una fuerte desaceleración–. Sin embargo, las cifras demuestran que mayor crecimiento económico no es necesariamente menor desigualdad ni mayor ocupación. Eduardo López, director de estudios de ONU Hábitat, concluye en su análisis lo que muchos hemos manifestado en diferentes tribunas: que poco o nada tienen que ver esas dos variables (crecimiento y desigualdad).
Y no sorprende la independencia de los dos indicadores, porque es un asunto de sentido común. De nada sirve que en un país se registren crecimientos históricos, si el ingreso de las personas sigue siendo el mismo. En pocas palabras, si ese buen resultado no se traduce en bienestar general para la población.
Así las cosas, puede que el mayor tamaño de la economía afecte positivamente un sector productivo del país, pero si este no está enfocado en generar desarrollo, la realidad es que no pasará de ser un simple resultado de éxito cuyo alcance no supera la necesidad frente a ciertos fenómenos socioeconómicos.
Otro ejemplo que vale la pena analizar es la teoría del profesor de la Universidad Externado, Stefano Farné, que demuestra que mientras la economía colombiana registraba crecimientos cercanos al 6 y 7 por ciento, el comportamiento de la tasa de ocupación no aumentaba, o por lo menos no crecía en la misma proporción. Entonces, viene el debate sobre si una economía en crecimiento necesariamente es generadora de empleo por defecto o si, por el contrario, es la base para que de la mano de otras estrategias se disminuya el fenómeno de la desocupación.
El asunto es de discurso y estrategia. En una economía globalizada y con puntos de referencia latinoamericanos como Brasil, Ecuador y Uruguay, vale la pena revisar si Colombia cuenta con una verdadera estrategia que apunte a superar los niveles de desigualdad o si estamos esperanzados en que el crecimiento sea la solución a todos los problemas.
Juan Manuel Ramírez M
Consultor privado
Twitter: @Juamon