La democracia venezolana, herida hace muchos años, sucumbió definitivamente cuando el gobierno y las altas cortes desconocieron a la Asamblea Nacional de mayoría opositora, electa al finales del 2015.
La designación arbitraria de una Asamblea Constituyente convirtió al gobierno de nuestro vecino, oficialmente, en una dictadura. Unas pocas familias miembros del PSUV, con el apoyo irrestricto de las Fuerzas Armadas controlan los designios de Venezuela. Es la culminación de un proceso que empezó hace más de 15 años, después de que Chávez demostró su intención de perpetuarse en el poder a cualquier precio.
Las tiranías son la más primitiva forma de organización social, basada en el ejercicio continuo de la intimidación y la brutalidad. Los tíranos rara vez logran ser depuestos por su propio pueblo. Los regímenes de Hitler, Mussolini, Stalin y Fidel Castro, entre muchos otros, dan fe de ello. Una vez el tirano logra sistematizar la opresión que permite el control total sobre la voluntad de la población, nadie es capaz de ejecutar un acto de rebelión relevante sin ser un suicida. Venezuela ha entrado ya en esa fase. La reciente ola de protestas dejo a 130 manifestantes asesinados y a miles en la cárcel.
Los venezolanos devengan ahora ingresos inferiores a un dólar diario; tienen un estado anímico y de salud deteriorado y han perdido su capacidad para sublevarse. Ahora solo piensan en sobrevivir y huir.
Cuando se rememoran los crímenes del régimen nazi en Alemania, es lugar común preguntarse cómo fue posible que la civilización occidental permitiese que esto ocurriera sin que nadie hiciera nada. Durante los años 30, el régimen nazi se impuso sobre las mayorías, mediante la eliminación de los opositores, el control de todas las instancias legislativas y judiciales, y el uso persistente de la violencia. La actitud de los vecinos europeos fue la de ignorar las atrocidades evidentes, en aras de mantener cierta “tranquilidad” internacional.
Existen innumerables acciones posibles para liberar al pueblo venezolano. La OEA y la gran mayoría de países vecinos han optado por ejercer presiones diplomáticas y, el gobierno de Estados Unidos, por imponer castigos económicos, algunos personalizados. Estas diligencias carecen de la contundencia necesaria para ser efectivas. Los gobernantes y la alta jerarquía militar venezolana controlan por completo al país con sus muy abundantes recursos naturales, han amasado fabulosos patrimonios en los últimos años y, por lo tanto, su bienestar personal es inmune a este tipo de remedios.
Una operación militar quirúrgica, que capture a algunos de estos mismos individuos, similar a la intervención que depuso al general Noriega en 1989 y recuperó la democracia en Panamá, sería relativamente sencilla de implementar. El procedimiento restauraría el poder legítimo de la Asamblea Nacional y del Tribunal Supremo nombrado por ella, y evitaría que los 30 millones de venezolanos continúen viviendo sometidos a las arbitrariedades y caprichos de unos pocos, sin la posibilidad de expresar sus ideas ni regir su destino. Se evitaría también que esta y las futuras generaciones de venezolanos vivan dentro de un gran campo de concentración, sin libertades ni oportunidades de desarrollo intelectual ni bienestar material alguno.
Una acción militar así concebida, aunque no carece de riesgos, constituye una alternativa razonable a la luz de las circunstancias.