Me sorprende todos los días, y no logro entender cómo funcionan las autoridades ambientales en nuestro país, ni las organizaciones de presión en este campo. Por ejemplo, si una persona quiere tumbar un eucalipto en un jardín de Bogotá o unos palos de teka en la Dorada –árboles no nativos y claramente sembrados–, tiene que hacer un sin número de trámites complicados para mitigar el impacto ambiental.
La Ruta del Sol, carretera fundamental para el país, tuvo, entre muchos otros, un traspié ambiental en su primer tramo, debido a la protección de una reserva forestal donde habita, al parecer, una rana endémica, lo que tenía enredado el proceso hasta hace dos semanas, cuando se decidido cambiar el trazado por problemas de estabilidad del suelo.
La relación entre la necesidad de cuidar el medio ambiente y el desarrollo no tiene proporcionalidad, en algunos casos, la reacción es exagerada y en otros, la mayoría, nadie dice nada. Un ejemplo es la vía de la Prosperidad, carretera secundaria que se va a construir paralela al río Magdalena por la margen oriental –adjudicada con todo y líos legales, pero con permiso ambiental–, la cual causará un desastre ecológico de proporciones y repercusiones inimaginables, puesto que su diseño es un dique, que va a separar definitivamente las aguas del río con la Ciénaga de Santa Marta. Algunos dirán, que tiene unos puentes, pero estos no van a tener ningún efecto. El libre flujo de las aguas que inundan anualmente la región, volviendo todo una sola masa de agua, espectáculo de talla mundial que muy pocos conocen, va a desaparecer, y con el la vida de la Ciénaga
Una carretera así se debería hacer flotante o sobre pilares para permitir el flujo de las aguas, pero esto la haría muy costosa, y preferimos el desastre a cuidar el medio ambiente. De hecho, pongo en duda la necesidad de hacer esta vía, ya que los beneficios que pueda traer a los pocos habitantes de la región no se compadece con el desastre potencial en el mediano plazo, que perjudicará a todos.
Este hermoso sistema de aguas ya sufrió un primer atentado famoso. La muerte del parque Salamanca, cuando se hizo la carretera entre el municipio de Ciénaga y Barranquilla, que mató el mangle de dicho parque y perjudicó la pesca.
La primera vez que pasé por esa vía, hace unos 30 años, se veía claramente el desastre. Pero eso no ha cambiado mucho, si uno pasa hoy, ve cómo el desastre continúa, el bosque de mangle está muriendo y la pesca es cada vez menor, porque la vía se convirtió en un dique entre el mar y la Ciénaga, sin importar los ‘puentecitos’ que se hicieron.
Semejante paraíso debería ser una despensa de pesca artesanal y deportiva de clase mundial, atrayendo turistas de todas partes del mundo, con hoteles de lujo en sus islas y bosques aledaños. En lugar de eso, la vamos a ver morir lentamente con este gran dique que se va a hacer en nombre del desarrollo, y el país lo va a permitir sin remordimiento, mientras, claro está, salvamos, con apoyo de ‘ciudadanos’ preocupados por el medio ambiente, urapanes y eucaliptos en el norte de Bogotá.
Lucas Echeverri
Consultor
lukaseche@gmail.com