La crisis de 2008, denominada Gran Recesión, ciertamente despertó en innumerables agentes económicos un enorme grado de desconfianza sobre la capacidad de las políticas económicas de generar prosperidad sostenible en el largo plazo.
Desde una óptica filosófica, Martha C. Nussbaum escribe La Monarquía del Miedo (2019) sobre la crisis política actual, particularmente el miedo, la ira, la envidia vs. la esperanza, el amor y la visión imaginativa que ha despertado el gobierno de Trump en el caso americano. A nadie escapa que estos sentimientos surcan otros horizontes como ha ocurrido recientemente en América Latina.
El Nobel, Amartya Sen, ha aportado enormemente al intuir que el desarrollo humano requiere ante todo del desarrollo de capacidades para mejorar la igualdad y no solo la pobreza. Pero en su libro Desarrollo y Libertad (1999) indica con énfasis que la prosperidad no puede lograrse sin un crecimiento que esté sostenido en fundamentales macroeconómicos que exigen el control de la inflación y el equilibrio fiscal.
Su colega Nobel, Angus Deaton, en El Gran Escape (2015), nos ha explicado cómo a través de la calidad de la salud, de la educación y del medio ambiente se puede dar un salto de la pobreza a la prosperidad, pero alerta que puede haber un camino de retorno si las condiciones no son sostenibles.
Por su parte, los premios Nobel de 2019, Banerje, Duflo y Kremer, indican que hay métodos eficaces para mejorar la salud y la educación, y aliviar la pobreza global que generan esperanza sobre cómo lograrlo entre opciones de política aplicables en casos específicos.
Los avances en sectores de ingresos medios del mundo, que ven amenazada su sostenibilidad y que encuentran una enorme desigualdad en la distribución de ingresos, tienen un grado de vulnerabilidad que no asegura estabilidad social si sus clamores principales no son atendidos y si pueden devolverse en las fases recesivas del ciclo económico.
Evidentemente, la humanidad y quienes diseñan políticas económicas tienen un enorme reto cuando no pueden comprar tiempo y requieren enfrentar temas como el gran beneficio que se obtiene con el enorme crecimiento en la expectativa de vida, amenazado por la dificultad de tener sistemas pensionales que permitan hacer frente a las necesidades de ingresos en la etapa no laboral del ciclo de vida de las personas.
De ahí que si se quiere enfrentar simultáneamente los requerimientos fiscales con exigencias que, al tiempo, corresponden a atender los bienes públicos que debe propiciar el Estado, la red social de los sectores más vulnerables, las ingentes demandas emergentes y el deterioro climático, junto con más empleo, la única ecuación que hace posible un equilibrio es el crecimiento sostenible de largo plazo propiciado por condiciones de productividad y competitividad de una economía. Fácil de decir, difícil de hacer, pero es necesario tenerlo en consideración en los planes financieros de los gobiernos y las empresas.
Lo difícil de esta ecuación para los economistas es la eficaz combinación de recetas macroeconómicas y microeconómicas y para los expertos en temas sociales cómo generar condiciones de esperanza con los resultados pequeños que pueden obtenerse en el corto plazo, mientras se construye de manera sostenible un papel más balanceado del sector productivo en momentos en los que la economía global muestra enormes señales de tensión.
Luis Alberto Zuleta J
Consultor empresarial.
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