Los medios de comunicación presentan permanentemente información acerca de la gravedad que tiene para el país el mal de la deforestación. Las miles de hectáreas de bosques arrasadas en los parques naturales, como es el caso del parque de Chiribiquete, producen un intenso dolor porque la gran riqueza colombiana en bosques y fuentes de agua se está perdiendo sin que se tenga un plan estructurado para resolver esta situación.
El documento del Plan Nacional de Desarrollo - Pacto por Colombia, Pacto por la Equidad –en su página 1.200–, establece como meta de crecimiento de la deforestación a nivel nacional con respecto al año anterior, el valor de cero.
Lo anterior está confirmado por la Viceministra de Ambiente en entrevista concedida al periódico El Tiempo el 9 de marzo del presente año, al indicar que la deforestación viene creciendo a tasas muy altas, del orden del 23 por ciento entre el 2016 y el 2017 y de 25 por ciento entre el 2017 y el 2018.
La meta de alcanzar una tasa de crecimiento de la deforestación igual a cero –lo que implica mantener la deforestación en los valores actuales de 220.000 hectáreas por año– es una meta suficientemente ambiciosa según el Plan Nacional de Desarrollo.
Se resiste uno a aceptar que la batalla por la deforestación está perdida y que cada año tenemos que sentirnos satisfechos con perder 220.000 hectáreas de nuestros bosques, cantidad que puede ser el 65 por ciento del área del departamento del Atlántico o cerca del 10 por ciento el área de todo Cundinamarca.
El Ministerio de Ambiente estima que la deforestación comenzará a estabilizarse en el año 2030. ¿Y mientras tanto?
Seguiremos perdiendo áreas valiosas e irreemplazables de bosques, año tras año. Así las cosas, ¿cuál será el país que vamos a dejarle a nuestros descendientes si lo mejor que podemos hacer es resignarnos a mantener las pérdidas actuales en lugar de lanzar un agresivo programa para recuperar hectáreas perdidas de nuestros bosques?
Pero la preocupación por algunas de las metas del Plan Nacional de Desarrollo no termina ahí.
En el diagnóstico se señala que, hoy en día, cerca de 982.000 familias cocinan con leña o carbón. Esta situación, que tuve oportunidad de señalar en un artículo anterior, es de extrema gravedad por la contaminación intramural del aire que respiran las familias y en particular las madres y los menores de edad. Ello impacta gravemente la salud de las personas.
Pese a lo anterior, el Plan Nacional de Desarrollo plantea como meta para la sustitución de leña un total de 100.000 familias en el cuatrenio, lo que quiere decir que se necesitarán aproximadamente unos 40 años para dotar a estas familias de un energético digno para atender sus necesidades de cocción de alimentos. Si el tema central del Plan de Desarrollo es el Pacto por la Equidad, difícilmente se entiende que a las familias más pobres que viven en la periferia de las ciudades y en las zonas rurales, lejos de todos y de todo, no se les dé un tratamiento especial en el Plan mediante el diseño de metas de cubrimiento más agresivas que permitan acelerar la transición de leña a, por ejemplo, Gas Licuado del Petróleo (GLP), que es el combustible más apropiado para este tipo de sustitución. Pero además, la situación de casi un millón de familias que cocinan con leña plantea la problemática de la eficiencia energética y su impacto en la deforestación. En efecto, según información de la Unidad de Planeación del Ministerio de Minas y Energía (Upme), la leña que consumen 982.000 familias para atender sus necesidades de cocción y calefacción es superior a toda la energía a base de gas natural que consumen cerca de 9,5 millones de familias.
¿Cómo puede ser posible lo anterior? Porque la eficiencia de las cocinas tradicionales de fuego abierto que se encuentran en las zonas rurales es aproximadamente el 10 por ciento de la eficiencia de las cocinas a gas. Dicho de otra manera, en una cocina de leña tradicional, de cada 100 unidades de energía a base de leña, solo se aprovechan entre 3 y 5 unidades y el resto se desperdicia en la atmósfera. Cabe preguntarse, entonces, si la gran cantidad de leña que atiende las necesidades de 982.000 familias está incluida en la cuenta de 220.000 hectáreas de deforestación a nivel nacional. De lo contrario, el problema de la deforestación alcanzaría proporciones aún mayores.
El Plan Nacional de Desarrollo es la hoja de ruta de la Nación para el presente cuatrenio y es de esperarse que contenga metas ambiciosas para solucionar los grandes problemas nacionales.
La deforestación es uno de los más graves. No podemos conformarnos con mantener el problema en las dimensiones actuales. Recuperar áreas perdidas debe ser objeto de metas específicas. Igual consideración aplica a la sustitución del consumo de leña en las familias con menores ingresos. Esperamos que las metas actuales se revisen en los debates que se darán en el Congreso, para que se dé un real cumplimiento al compromiso de equidad, que es la columna vertebral del Plan.