En la denominada revolución industrial, Inglaterra demoró 90 años en duplicar su ingreso por habitante. Estados Unidos empezó 50 años más tarde, y lo duplicó en 60 años. En 1945, Colombia tenía un ingreso comparable al de Inglaterra siglo y medio antes, y lo duplicó en 32 años. Como en una carrera de ciclismo, el que va adelante del lote rompe el viento y los seguidores, al rebufo, logran el mismo resultado con menos esfuerzo.
Desde tiempos de la Revolución Industrial, el acervo de conocimiento disponible para la aplicación de tecnologías con ánimos lucrativos ha crecido sin interrupción. Los países que vienen detrás del líder no necesitan incurrir en los costos que demanda crear innovaciones tecnológicas para adaptarlas a la producción.
Los economistas han reconocido que el corazón del desarrollo económico radica en la tecnología. El crecimiento sostenido a través del tiempo está asociado a la aplicación sistemática de innovaciones tecnológicas en los procesos productivos, que traen como consecuencia cambios sustanciales y sostenidos en el estándar de vida, generación tras generación.
Paul Romer fue reconocido este año con el Premio Nobel de Economía. Un punto central de su argumento es la importancia de los incentivos necesarios para crear nuevas ideas. Romer introduce rentas monopólicas que justifican los recursos destinados a innovar, ya que por su naturaleza estas inversiones son sumamente onerosas, se ejecutan en un entorno de alto riesgo, y sus resultados son difíciles de proteger en mercados competitivos. En ausencia de estas rentas, simplemente no existen incentivos para expandir la frontera tecnológica.
La contribución de Romer es mayúscula, ya que permite entender los arreglos institucionales críticos para dar cuenta de la incesante expansión de la frontera tecnológica desde la revolución industrial. Tal vez la historia de Estados Unidos no sería la misma en materia tecnológica en ausencia de las generosas protecciones de patentes, que caracterizaron su proceso de invención e innovación.
La pregunta de Romer da luces acerca del proceso de creación de nuevas ideas en la frontera tecnológica. Es una pregunta acerca de cómo los países ricos crecen y qué incentivos generan este tipo de cambio técnico.
Es pertinente preguntarse si, en la carrera del desarrollo, un país con el nivel de ingreso de Colombia debe proteger a ultranza a los sectores comprometidos con la innovación, o si, por el contrario, es precisamente producto de la falta de competencia que algunos ramos no han contado con los incentivos necesarios para adoptar rápidamente la tecnología de punta prevalente en su industria.
La evidencia señala que, mientras el ingreso por habitante de Chile para el 2016 fue aproximadamente el doble del de Colombia, los recursos destinados a investigación y desarrollo, como porcentaje del PIB, son similares en ambas economías: 0,3 por ciento en Colombia vs. 0,4 por ciento en Chile, aunque, en términos absolutos, Colombia invierte más que Chile. Comparaciones más rigurosas confirman que las diferencias en niveles de ingreso para aquellos países aún lejos de la frontera tecnológica no corresponden a diferencias en recursos destinados a investigación y desarrollo.
Si bien, es indudable que algunos sectores de la economía colombiana tienen un rezago técnico con respecto a la frontera, para duplicar de nuevo el ingreso en Colombia no hace falta reinventar la rueda. Más que innovación de base, se requiere capacidad de importar y adaptar tecnología. Es posible crecer al rebufo.
Felipe Saenz
Assistant Professor, Department of Economics,University of South Carolina