En su poema Explico algunas cosas (1938), Pablo Neruda escribe sobre la Guerra Civil española y sus terribles estragos en la ciudad de Madrid. Pero solo en apariencia. Escribe, realmente, sobre la imposibilidad del poeta y de la poesía de hacerle espejo a la realidad cuando la realidad supera en horrores a la más febril imaginación. Quien fuera uno de los más grandes poetas del continente escribe también sobre el absurdo de la poesía ante el espectáculo de la muerte.
Recuerdo este poema cada tanto, cuando el mundo en el que vivo me decepciona y me dan ganas de encerrarme en mi biblioteca y no volver a creer más que en la literatura. En él, Neruda compara la paz con la abundancia de flores y alimentos, “tomates repetidos hasta el mar”. Compara entonces la guerra con el fasto y el fuego, con la casa muerta, con España rota. Pero cuando llega a los niños muertos, Neruda no los compara con nada. Porque la sangre de un niño no permite convertirla en metáfora; porque no hay recurso poético capaz de capturar en palabras el crimen más atroz. El poeta de América baja la frente y admite que la sangre de un niño escapa al arte de su poesía: “por las calles la sangre de los niños / corría simplemente, como sangre de niños”.
No me atreveré a decir que la muerte de Yuliana Samboní me toca más que a muchos por mi rol de rectora de un colegio de niñas. Pero sí diré esto. Con toda franqueza, yo rezo poco porque no me gusta delegarle a Dios lo que siento que me corresponde a mí.
Pero desde que comparto con cientos de padres la responsabilidad de velar incansablemente por el bienestar y la seguridad de sus hijas, cuando he rezado con auténtico fervor ha sido por ellas. Porque su vida y su felicidad se han convertido en mi misión. Porque cada día me levanto convencida de que del trabajo que hacemos con ellas depende el futuro de una sociedad mejor. Porque dolorosamente y, como lo demuestra nuestra realidad actual, nacer mujer en Colombia sigue siendo nacer en condición de vulnerabilidad.
Sí, la vida de los niños es sagrada y nosotros como adultos respondemos por esa vida. La vida de Yuliana terminó, para vergüenza de quienes creyéndose Dios, dispusieron de ella. Ahora nos queda como país rendir cuentas sobre los millones de niños y niñas que están en peligro, cuyas vidas aún pueden salvarse.
Dejemos de rasgarnos las vestiduras por unas cartillas que nunca fueron eso, dejemos de ponerle trabas a quienes con amor quieren recibir en adopción niños que otros desecharon por inconvenientes, dejemos de anclarnos en visiones augustas de nosotros mismos cuando lo cierto es que nunca hemos sido una sociedad con los valores y principios que creemos defender. Jamás en su historia Colombia ha sido un país ejemplar y el monstruo que hoy condenamos también es fruto de la violencia, el rencor y la apatía que hemos cultivado durante más de dos siglos de República libre y democrática. A Yuliana le fallamos. Que no le fallemos a una Yuliana más.
Marcela Junguito
Rectora Gimnasio Femenino
Ante la muerte de una niña
Jamás en su historia Colombia ha sido un país ejemplar, y el monstruo que hoy condenamos también es fruto de la violencia, el rencor y la apatía.
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