Las elecciones regionales que acaban de realizarse nos llevan a una serie de conclusiones interesantes, ya que comportamientos como los de Bogotá y Medellín, que votaron con mayor independencia, son muy diferentes a los de otras capitales y ciudades intermedias y también a los de zonas que podríamos llamar rurales y de pequeños municipios.
Los partidos, en general, se ven golpeados y sobre todo sin un claro liderazgo en las regiones, donde, seguramente, conscientes de su debilitamiento acudieron a la figura de coaliciones, en muchos casos bastante diversas, sin ideologías ni programas similares.
Una de las razones para esta afirmación es que los partidos individualmente considerados ganaron muy escasas gobernaciones y alcaldías en grandes ciudades.
El 78% de las gobernaciones fue ganado por coaliciones, y solo el Partido Liberal y el Centro Democrático ganaron 2 gobernaciones cada uno, y el Conservador y la U, una cada una. En cuanto a alcaldías de capitales, el 48% fueron ganadas por coaliciones y hubo alguna participación de la Alianza verde y de algunos otros partidos, pero también de movimientos locales independientes, como el caso de Cartagena.
Sin embargo, muchos de esos grupos o movimientos siguen cooptados por las organizaciones ilegales que continúan en varias regiones del país.
Ese debilitamiento de los partidos es bastante preocupante. Toda democracia institucional requiere la existencia de partidos fuertes. En la estructura política, los partidos son los canales de comunicación entre gobierno y legislativo y la ciudadanía, y perder ese mecanismo que ayuda a organizar la sociedad formalmente, trae dispersión y mayor dificultad de comunicación y atención a las necesidades de la población.
Los partidos tradicionales crearon la institucionalidad del país, y los nuevos permitieron ampliar el rango de opciones democráticas para la participación ciudadana.
Desafortunadamente, esos mismos partidos y las malas prácticas en que cayeron han provocado el rechazo de la sociedad, que busca nuevas opciones para luchar contra la corrupción, que hoy identifica a gran parte de los miembros de dichos partidos y a sus aliados en algunas empresas privadas que facilitan o empujan las acciones corruptas.
El voto en blanco subió sensiblemente, y esa también es otra expresión de disconformidad y hastío hacia el manejo de los bienes públicos por parte de los mismos actores. Sin embargo la abstención bajo, lo que anima un poco, pues en general la falta de confianza que hoy reina en las democracias conduce a los altos niveles abstencionistas.
En cuanto a quienes se han proclamado como representantes del centro habrá que esperar cuál será su orientación y si sus planes de gobierno reflejan esta actitud, o simplemente fue una estrategia de presentación de cara al cansancio que también ha manifestado el país ante la aguda polarización que surgió después del referendo del proceso de paz.
Lo que también merece destacarse es la absoluta imparcialidad del Gobierno Central, que fiel a sus postulados de respeto por la democracia y las instituciones, y de poner fin a los mecanismos de alianzas a través de la famosa “mermelada”, o sus equivalentes, ha permitido que los partidos y movimientos jueguen en el tablero político sin presiones, ni compromisos.
María Sol Navia V.
Exministra de Trabajo
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