Lo que ha pasado este fin de semana en Brasil es una clara demostración de que la política y la economía son dos conceptos que no se pueden desligar, y están interrelacionados estrechamente sin que se requiera darle prelación al uno sobre el otro.
Aunque todo se definirá en una segunda vuelta en tres semanas, casi la mitad de los votantes brasileños decidieron apoyar al candidato menos ortodoxo y populista de derecha con tal de castigar a una izquierda que un día recibió todo el respaldo, pero no supo responder a esa confianza. El triunfo de las emociones es tan válido como el de la pregonada racionalidad.
Lo de Brasil y el candidato Jair Bolsonaro no es excepcional ni debe sorprender. Es lo que pasó con la victoria de Donald Trump, con su lema “América primero”, el brexit en el Reino Unido, la consolidación de la derecha de Marine Le Pen en Francia, el triunfo del ultraderechista Salvini en Italia y lo que pasó en Colombia con el ‘No’ al acuerdo con las Farc hace dos años. Es una mezcla de miedo y odio, tristeza y dolor, sin importar qué es mejor para un país o una sociedad más allá de lo inmediato.
No hay una ‘internacional de derecha’ como algunos creen. Es el aburrimiento extremo en todas partes con las clase política, considerada responsable de la situación económica y pérdida de la calidad de vida prometida con la globalización, agravada en nuestros países con la corrupción de las bien o mal llamadas instituciones. Y la solución no se detiene en quien si lo puede alcanzar sea homófobo, racista, defienda la pena de muerte o proteccionista y anticomercio. Es una visión mediática, y punto.
Cada país tiene sus propios problemas y sus fórmulas para enfrentarlos, y la economía no escapa de la situación. Brasil y Argentina comandan los de América Latina, y México enfrenta lo que le significa la hostilidad de Trump. Reino Unido, Francia, Alemania e Italia viven su propio drama, comenzado porque sus economías caminan más lento de lo esperado, y los tres últimos países deben cargar con la decisión del Reino Unido de abandonar el bloque y un aire antieuropeo. En Italia hay un ambiente de incertidumbre dañino por un gobierno que nadie sabe para dónde va.
Según la última proyección del Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía mundial se va comportar regular, hacia la baja; incluso, Estados Unidos no puede hacerse ilusiones acerca de los efectos del protecconismo del gobierno y el mayor damnificado va a ser China en el corto plazo, pero el mismo Estados Unidos es el gran afectado a largo plazo.
La incertidumbre es tal que el FMI no tiene un dilema, sino varios escenarios posibles de la guerra comercial iniciada por EE. UU. El primero es que los aranceles se queden donde fueron puestos por EE. UU. y China; el segundo, que las agresiones comerciales mutuas sean respondidas –Estados Unidos vaya más allá y penalice todas las importaciones–, y el más pesimista, que el conflicto acabe contagiando a la inversión e impacte al resto del mundo.
No es retórica, sino realidad apasionante, a la que hay que ponerle cuidado, pues nadie sabe qué va a pasar. Ni siquiera el FMI.
Mario Hernández Zambrano
Empresario exportador
mariohernandez@mariohernandez.com