Varios países de América Latina cayeron en modelos de gobierno que, con una visión cortoplacista ofrecieron reivindicaciones sociales a los menos favorecidos que, supuestamente, no había querido otorgar el ‘establecimiento’ y las clases ‘dominantes’. Los más ilustrativos fueron Venezuela y Argentina, y en menor grado Perú, Brasil y Chile.
La capital colombiana es ejemplo de esa tendencia que hace unos años se estaba imponiendo, pero que, por sus mediocres resultados, ahora se revierte. En un comienzo, el uso de los recursos públicos para otorgar subsidios y la represión a la iniciativa privada como forma de mayor riqueza, genera dividendos, pero luego comienza a agotarse el esquema y se evidencia una gran incapacidad de los gobiernos y la clase política que lidera para alcanzar mejores condiciones de bienestar.
La respuesta es agudizar la confrontación social y culpar a agentes internos y externos de boquear el acceso de los más necesitados a un mayor nivel de vida. Como la Constitución del país es ‘anacrónica’ hay que cambiarla a las nuevas exigencias del pueblo con la pretensión de adueñarse del poder. Es el populismo, definido como un movimiento antiélite, antipolítica tradicional, antiestablecimiento, con unos fuertes ingredientes de nacionalismo y proteccionismo económico; y aunque su discurso se ajusta más a la izquierda, también lo puede practicar la derecha, pues se alimenta de una relación directa entre la dirigencia y el pueblo, sin intermediarios.
No hay que profundizar mucho para certificar su fracaso en varios países y comprobar que el péndulo se ha regresado. Argentina, ha decidido apostarle a lo contrario, Chile ha comparado y también ha optado por dejarlo atrás, al igual que Perú, y seguramente lo mismo pasará en Brasil. El populismo no es nuevo ni es exclusivo de nuestros países. Incluso en Colombia, Jorge Eliécer Gaitán y Rojas Pinilla se pueden asimilar, a lo que fue Perón en Argentina.
Sin embargo, hoy parece adquirir la dimensión moderna, con brotes de una indignación, malestar y rechazo contra el establecimiento, tanto público como privado, por asuntos como corrupción y fallas en la salud, educación, alimentación escolar, alza del IVA, y poca claridad en muchos temas de la negociación de paz con la guerrilla. Las encuestas demuestran un rechazo general al gobierno, a los partidos políticos, al Congreso y muchas otras instituciones.
Es muy grave. El populismo monta su plataforma y moviliza sentimientos sobre lo negativo, y aunque maneja la política, en realidad mueve las pasiones de la gente más de lo que se cree, como lo advertía Maquiavelo. Y esas pasiones exaltan la injusticia, frustración y desconfianza.
Ciertamente, el ejemplo de nuestra clase política no ayuda, pues el comportamiento de algunos de ellos deja mucho que desear. Eso facilita la aparición de fundamentalistas que cuestionan implacablemente la política, pero no la que hacen ellos. Es un claro ejemplo de oportunismo, al excluirse del sistema del cual hacen parte integral. Pregonan “un no a la política de los mismos con las mismas” como si ellos no hubieran participado en el manejo de los asuntos del gobierno en el parlamento, alcaldías, gobernaciones y ministerios. Lo ideal sería que pudieran mostrar su gestión como ejemplar, antes que la estigmatización.
Las elecciones parlamentarias de marzo son una oportunidad para que la gente reflexione y escoja a los mejores de cualquiera de los lados. Lo importante es votar y ayudar a decidir.
P.D. La seguridad urbana es un asunto que debe preocupar no solo a alcaldes y policía, sino al Gobierno Nacional, el Congreso y a los ministerios del Interior y Justicia.