Pasará algún tiempo antes de que Colombia deje atrás el estigma de ser considerada como uno de los países más riesgosos del mundo para los turistas, pues incluso el Foro Económico Mundial aún nos tiene con datos desactualizados, que son tomados como base para que otros como Eurasia Group, firma de consultoría en riesgo político, nos mantenga con esa mala reputación.
Sin duda, esto irá cambiando a medida que se vayan removiendo esos factores de violencia, en gran parte por nuestra misma capacidad innata de reproducirla y sobredimensionarla; en eso países como México nos han dado ejemplo: recibe 35 millones de turistas extranjeros al año y pocos se acuerdan de la violencia de los narcos, más sanguinarios que los nuestros de hace tiempo. O Francia, que espera atraer a 100 millones en el 2020 con una población de 67 millones; atrás quedó el recuerdo de los atentados.
Cada país tiene lo suyo para atraer turismo, por supuesto Colombia también. Y no nos referimos a las tradicionales playas de Cartagena y Santa Marta, que por mucho tiempo fueron lo de mostrar al mundo. Hoy, especialmente el ‘corralito’ ha dado un salto importante con los festivales de música y literatura, pero sus fallas de infraestructura y condiciones institucionales y sociales que dejan mucho que desear; en otras palabras, la corrupción en los permisos de construcción y la pobreza existente en algunas áreas de la ciudad.
Aunque todavía les falta mucho para ser atracción seria en congresos y convenciones, Bogotá y Medellín se aproximan, pero es un ejercicio en el que tienen que trabajar bastante, copiando casos como Barcelona. Los problemas de movilidad en Bogotá y la contaminación en Medellín son obstáculos serios, y siendo imparciales, falta mucha gestión en ambos casos. Por ejemplo, la belleza del centro de Bogotá es opacada por la indigencia y mendicidad, en especial en la noche.
El próximo Gobierno Nacional deberá diseñar una clara política de turismo, que no consiste en hacer un listado de las intenciones de los 32 departamentos y asignarles unos pesitos para dejarlos contentos y que lleguen ocasionalmente algunos extranjeros. Las rutas turísticas deben ser mucho más que los recorridos, deben integrar criterios de evaluación en su escogencia, que pasan por la infraestructura vial, logística, hotelera, gastronómica, servicios públicos y movilidad. Así, un esquema integral.
Nuestro país, como pocos, posee una belleza natural de una dimensión incalculable, que con seguridad el mundo está dispuesto a descubrir, pero es un diamante en bruto que se debe adecuar y luego promover, y no esperar que sean los turistas quienes paguen primero para financiar el desarrollo. De nuevo, México es ejemplo, no solo por Cancún, sino por las rutas temáticas del país, como la del tequila, el chocolate, entre otras.
En Colombia, el Cañón del Chicamocha es, de lejos, una maravilla de la creación y su majestuosidad está a la altura –si no por encima– de los más emblemáticos lugares del mundo, mucho más que el Cañón del Colorado en Estados Unidos, pero se requiere pasar de la teoría a la práctica, comenzando por una alianza entre el gobierno y unos inversionistas privados que decidan arriesgar, pero que deben tener estímulos y facilidades nacionales y locales por el tiempo de maduración de los proyectos.
Y este es solo uno de muchos ejemplos que tenemos en el país.