Hay cosas que le sorprenden a uno en la vida, pero me dejó perplejo la actitud del Concejo de Bogotá al no aprobar la extensión del exitoso modelo de colegios por concesión, sin mayor argumento que el de bloquear al Gobierno de Petro. Esto demuestra que en la capital está pasando algo inaudito: no importa el daño que se le haga al bienestar general, siempre y cuando se golpee a una administración que es pasajera.
No defiendo para nada la Alcaldía de Petro, pues creo que su elección fue un error y su administración muy desafortunada para el principal centro urbano de Colombia. Sencillamente, no ha logrado generar confianza entre los ciudadanos, su manejo ha polarizado a la opinión, la inestabilidad en las entidades ha sido permanente y la ineficiencia,evidente, en la mayoría de procesos administrativos.
No hay que afirmar que Bogotá esté peor que antes en términos absolutos, pero en términos relativos no hay avance y eso es lo importante, en el entendido que otras urbes van más rápido. Ciertamente, Petro no es el único culpable. Todavía recuerdo al presidente Uribe, quien no recibió al alcalde anterior en su primer año de gestión, lo cual también fue un hecho increíble, y lo más diciente es que la reacción ciudadana fue de indiferencia e incluso hubo quienes aplaudieron el desplante. La realidad es que de nuevo poco importó la ciudad, sino el egoísmo político y los intereses personalistas.
No hay que engañarse. Bogotá es la vitrina del país y el referente internacional y, junto con Ciudad de México y Buenos Aires, son las ciudades más ‘poderosas’ de Latinoamérica, si no se incluyen las brasileñas. Y sin dudarlo, su evolución marca buena parte de la ruta y destinos nacionales de cada uno de los países.
El abandono hacia la capital es evidente y no se compara con otras ciudades. Aunque el alcalde de Nueva York es la primera autoridad, el presidente de Estados Unidos está pendiente de lo que pase en la metrópoli, lo mismo ocurre en Santiago, Madrid y París. En Colombia, los presidentes y gobiernos nacionales no tienen en su agenda lo que sucede en la capital, como si no les importara.
De forma paralela, quienes tienen el poder en la ciudad e incluso se benefician de él son insolidarios con la vida urbana.
Esto ha llevado a que el Concejo local deje mucho que desear en términos de propuestas, los dueños de los centros comerciales creen que la ciudad está adentro del establecimiento e incluso las universidades manejan una dosis de indiferencia sobre procesos en los cuales podrían ser determinantes, para no hablar de la capacidad de destrucción de los bienes públicos por parte de algunos grupos sociales, como si ese daño lo hicieran a la Policía o a la Alcaldía.
Si no cambia la actitud de la gente, es muy difícil que Bogotá salga adelante y se tenga un alcalde que dirija una nueva ruta hacia el progreso y el bienestar de los más de ocho millones de habitantes. La capital no se va a acabar, pero basta ir a Caracas para darse cuenta de lo que puede ocurrir.
Nuestra Bogotá todavía es rescatable, pero se requiere la voluntad de todos. Amarla y sentirla y tener un poco de desprendimiento, comenzando por quien aspire a regirla, que para ser sincero, todavía no ha aparecido.
Mario Hernández Z.
Empresario exportador
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