Todavía recuerdo los casos de una avioneta que aterrizó en la Plaza Roja de Moscú –burlando todas las normas de seguridad del régimen comunista–, el de un espía que fue descubierto en la cancillería de Alemania y la muerte de un policía en Londres.
Y hago alusión a ellos porque luego de cada una de esas acciones salió el jefe de seguridad máxima de Rusia; renunció un ministro en Bonn, cuando esta era la capital, y se fue el jefe de la policía de la ciudad londinense, pues en cada situación la responsabilidad la asumieron los jefes respectivos de cada una de las áreas.
Y no porque fueran parte del delito, sino porque tenían a su cargo las funciones que fueron violadas.
Generalmente, así es siempre en los países serios, más no en los que falta seriedad, en los que no hay responsabilidad o sencillamente hay una especie de manguala para no castigar a los responsables, creyendo que de esa forma se salva a las instituciones respectivas.
Desafortunadamente, es todo lo contrario, porque la ciudadanía pierde la credibilidad y se debilita el funcionamiento del Estado.
La lista no cabría en muchas páginas para comprobar que en el país no pasa nada y nadie asume la responsabilidad política, en el buen sentido de la palabra… La política, y no necesariamente de quienes viven de ella.
Solo hay casos excepcionales de decencia.
Tengo en la mente la actitud del jurista Juan Carlos Esguerra, quien con toda la ética renunció al Ministerio de Justicia cuando se aprobó en el Congreso de la República una reforma con una serie de ‘micos’ metidos a la medianoche. No fue él quién la aprobó, pero era el encargado del tema en el Gobierno.
En el parlamento no se asumió responsabilidad alguna por parte de quienes hicieron el sainete y la burla, incluyendo al jefe político, quien afirmó con todo el cinismo, que ni siquiera había leído el proyecto de reforma.
Por el contrario, recibió felicitaciones de sus copartidarios y el futuro le pintó prometedor.
Los espectáculos que los colombianos estamos presenciando muestran que en el país estamos en problemas serios.
No nos merecemos las peleas que involucran al Fiscal General, al Procurador y a la Contralora, porque sencillamente los tres organismos están perdiendo toda la confianza de la gente de a pie, que son la inmensa mayoría del país y quienes diariamente salen a trabajar buscando un mejor vivir para sus familias. Y mientras tanto, campean la corrupción y las malas maneras en el manejo de los asuntos públicos.
Lo último que ha pasado es el espectáculo triste de la corrupción en nuestro Ejército, y el Ministro de Defensa se pavonea con declaraciones públicas superfluas.
No, señor Ministro: usted es el responsable del tema y debe obrar en consecuencia, porque sencillamente falló en su trabajo.
No basta con la salida de los involucrados en el triste episodio. No fue el Ministro quien cometió las irregularidades, lo sabemos todos, pero él es el director de la orquesta y esta falló.
Así como el éxito de la obra lo asume el director de la orquesta o la clasificación al Mundial de Fútbol la cobra el entrenador, en caso contrario deben asumir el costo del fracaso o la derrota.
¡Es la única forma de seguir creyendo!
Mario Hernández Z.
Empresario exportador