Esta es una historia increíble: con bombos y platillos se anunció la semana pasada la salida de Facebook a la bolsa, una empresa que dizque valía US$85.000 millones, porque tiene 900 millones de seguidores, pero solo vende US$3.000 millones.
Inicialmente se había dicho que el precio de la acción en el mercado sería de 35 dólares, pero, como por arte de magia, se decidió que lo mejor era colocarla a 38 dólares, y se calculó que la venta alcanzaría los US$ 16.000 millones, esto es más de cinco veces las ventas de la compañía en un año.
Quiero confesar –así suene odioso en primera persona– que hasta ahí no entendía nada, y ante la suficiencia y pedantería reconocida de algunos expertos financieros que lo hacen sentir a uno ignorante, es preferible guardar silencio.
Al cabo de una semana se comprobó lo que parecía evidente bajo las normas del sentido común: la empresa no valía tanto, la acción se infló sin mayor sustento y la definición de clientela es un concepto más sofisticado, como lo anticipó la General Motors.
Al mercado no se le pudo engañar.
El precio de la acción se cayó brutalmente hasta 31 dólares y la valoración de compañía se desplomó de los US$ 85.000 millones por debajo de 70.000 millones en menos de una semana.
Los medios de comunicación y los analistas han empezado a explicar lo que pasó, y el primer culpable es el banquero de inversión Morgan Stanley, quién ya comenzó a encontrar disculpas, como que hubo fallas en la operación y mecanismo de entrada a la bolsa.
Puede que sea cierto, pero el asunto tiene una profundidad que trasciende el papel del banquero, cuyo objetivo está más ligado a consideraciones de especulación que de estructura. Los competidores del banco han dicho que este se esforzó más por hacer reuniones con los accionistas y potenciales compradores, y manejar la información, antes que de ver la realidad de la empresa. Lo demuestra la decisión de elevar el precio de la oferta sin mayor estudio.
¿Cuánto vale una empresa? Es la pregunta de fondo que se debe responder para encontrar el meollo del asunto.
Y su respuesta está ligada al método que se utilice para llegar al valor. Está ahí la gran duda con Facebook, pues resulta muy difícil de aceptar y creer que esa valoración pueda ser seria cuando se coloca una cifra equivalente a más de 25 veces sus ventas.
Pueda que haya una explicación en el papel, pero es violentar demasiado la realidad.
Parecería no haberse aprendido la lección de hace unos años, cuando se dio la burbuja de las empresas tecnológicas o las llamadas puntocom, que no eran más que compañías de papel que solo mostraban oficinas muy lujosas.
A lo mejor la lección de ahora quede aprendida y haya sido una especie de campanazo de alerta para nuevas aventuras. Por ahora a los inversionistas no les queda camino distinto a liquidar una pérdida en el corto plazo o guardar la acción en el ‘armario’ y esperar un tiempo, que nadie sabe, obedeciendo a los mismos expertos, quienes dicen que las acciones son un negocio de largo plazo. ¡Valga disculpa!
Mario Hernández Z.
Empresario exportador