A comienzos de los años 90 del siglo pasado, con su informe Monitor, Michael Porter hizo reflexionar a Colombia sobre la importancia de ser competitivos en el mundo global. Pero, a decir verdad, no era su responsabilidad hacer la tarea, ni estimular la modernización del aparato productivo y menos hacer que mejoraran las condiciones para atraer capital, se generara más empleo y se redujeran la pobreza y la desigualdad. Han pasado dos décadas y, aunque hay que reconocer que se ha avanzado en algunos frentes, las falencias siguen siendo enormes y en esos términos, el balance deja un saldo menos que satisfactorio.
El país hizo la tarea, en unos casos sin mayor planeación, en el campo comercial: se redujeron los aranceles y liberaron las importaciones, se dio más libertad al mercado financiero, con falencias en la regulación, se estableció la libertad cambiaria, que trajo una dañina revaluación de la moneda, y se hicieron reformas incompletas en impuestos y a los regímenes pensional y laboral.
Una revisión simple de los campos en los que hace falta trabajar con urgencia si el país quiere entrar a las ligas mayores, lleva a concluir que se requiere poner gran cuidado a la infraestructura, en sentido amplio, no solo carreteras; la educación e investigación (no ha pasado mucho en estos 20 años); la justicia, la salud, y a nuestro aparato político e institucional.
Sin duda, lo ocurrido con la tasa de cambio es grave, pues la pérdida de competitividad por este concepto es clara, pero se debe reconocer, sin engaños, que ese factor es solo una parte del asunto y que hoy en el mundo moderno hay otros instrumentos de igual o mayor relevancia.
La preocupación debe ser clara acerca de lo que está pasando en nuestro aparato productivo: la industria pierde peligrosamente espacio y la agricultura parece sostenible solo si recibe subsidios de los demás sectores, incluyendo a los contribuyentes a través del presupuesto nacional. Hoy se exporta lo mismo que hace tres décadas y no se nota cambio alguno en la oferta de los productos que van al exterior, lo cual pone en duda la bondad de los TLC que se han firmado. El petróleo y la minería responden por el 70 por ciento de los ingresos del exterior, lo que lleva a la conclusión del mediocre resultado del modelo de desarrollo.
Casi a diario se conocen estadísticas, datos y escalafones sobre la competitividad nacional frente al mundo, y las regiones y departamentos, pero poco es lo que se hace más allá de formular los diagnósticos, válidos desde el punto de vista teórico, pero alejados de la realidad concreta. Por ejemplo, los teóricos deben entender que las mediciones de competitividad para Barranquilla, que es una puerta marítima no pueden ser las mismas que las de Bogotá, Neiva o Cali.
Ahí puede estar una de las fallas: aplicar un enfoque teórico, macro y agregado, sin hacer discriminación alguna. Solo bastaría conocer ejemplos de otras latitudes, China y Japón, para comprobar que son las regiones las que compiten y se enfrentan, y no los países como un todo.
Lo mismo se aplica a los sectores que pretenden competir. Es común escuchar a mandatarios locales afirmar que su región debe impulsar el turismo como opción de desarrollo, lo cual puede ser cierto, pues el país brinda una variedad de oportunidades y grandes atractivos, pero el error está en creer que el turismo es un concepto uniforme a todos, cuando no esa sí y el éxito está en la diferenciación del producto. No es fácil desagregar para hallar soluciones concretas, pero es una obligación hacerlo. No hay otro camino.
Mario Hernández Z.
Empresario exportador
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