Contrariando las expectativas del ‘mercado’ y de algunos analistas, la junta directiva del Banco de la República decidió no subir sus tasas de interés, sino dejarlas quietas en 4,5 por ciento, es decir, en el mismo nivel en que están desde hace un año. Es una decisión acertada para que no se deterioren más las ya débiles perspectivas de crecimiento de la economía nacional.
Son dos los argumentos de quienes quieren una subida de las tasas: primero, que hay que controlar el aumento de los precios, puesto que en los últimos doce meses la inflación se ha incrementado en 1,6 por ciento, y se encuentra por encima de la meta establecida por el mismo Banco. Segundo, que sirve para frenar la subida del precio del dólar, porque opinan que es exagerado que esté por encima de 3.000 pesos.
Se podría entrar en un debate académico y dar varios argumentos para demostrar por qué la decisión de la junta es la más apropiada en la coyuntura actual, pero es más ilustrativo acudir a la historia y recordar la crisis económica y la gran recesión que el Emisor indujo en el país cuando decidió subir sus tasas para lograr los dos propósitos mencionados.
A finales de 1998, el país enfrentaba una situación que tenía algunos elementos similares a la actual: de una parte, un pequeño aumento de la inflación, que había pasado de 17 a 20 por ciento anual; de otra, varios años de un gran déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos (alrededor de 6 por ciento del PIB, como ahora), y una disminución de los ingresos de capitales externos que venían tapando ese hueco.
En esa época, el Banco de la República había establecido una ‘banda cambiaria’, es decir un rango con un piso y un techo en el cual se permitía que fluctuara la tasa de cambio. Como el cuantioso déficit externo y la salida de capitales presionaban el precio del dólar por encima del techo de la banda, el Banco subió las tasas de interés para defenderlo. Así, el DTF pasó de 24 a 36,5 por ciento, y la tasa de colocación de los bancos llegó a un máximo de 50 por ciento anual (29 por ciento, si se descuenta la inflación).
La consecuencia no podía ser otra que la quiebra masiva de los deudores, que no tuvieron cómo pagar esas tasas de interés (empezando por los deudores de Upac, pues, en otro monumental error las autoridades habían atado la tasa de Upac al DTF), una profunda crisis del sistema financiero y la mayor recesión de la historia colombiana, con una caída del PIB del 5 por ciento. El premio de consolación fue la baja de la inflación al 10 por ciento.
Los errores que causaron la gran recesión dejaron varias lecciones: una, que cuando el origen del alza de precios son factores de oferta, como malas cosechas de alimentos o el precio de los importados, sí se puede controlar la inflación subiendo las tasas de interés, pero a costa de bajar el crecimiento económico y aumentar el desempleo. Otra, que la tasa de interés también es ineficaz como instrumento para controlar la tasa de cambio cuando la coyuntura internacional induce el fortalecimiento del dólar frente a todas las monedas.
Para fortuna del país, la junta del Banco de la República abandonó el dogma monetarista de su primera década y adoptó el esquema de ‘inflación objetivo’, que le permite una mayor flexibilidad en sus decisiones, de manera que la respuesta a dificultades externas no genere otra crisis como la de fin de siglo.
Mauricio Cabrera G.
Consultor privado
macabrera99@hotmail.com