En la China Comunista las políticas de Mao Tse Tung fueron abandonadas después de los fracasos del Gran Salto Adelante en los años 50 del siglo pasado y la Revolución Cultural en los 60, que dejaron millones de muertos por hambrunas y represión política.
El objetivo frustrado de Mao de lograr una ‘prosperidad común’ fue olvidado y Deng Xiaoping embarcó al país en un modelo de capitalismo salvaje, combinado con un régimen comunista de partido único. “No importa de que color sea el gato con tal que atrape ratones”, fue su slogan para justificar que unos pocos se hicieran muy ricos frente al resto de la población.
Los resultados fueron asombrosos en materia de crecimiento económico, y mejoramiento de la calidad de vida sacando a 800 millones de la pobreza. Papel importante jugaron los enormes flujos de inversión extranjera, atraídos por el bajo costo de la mano de obra y la garantía de que no tendrían sindicatos hostiles ni huelgas para reclamar los derechos de los trabajadores.
Los resultados fueron desastrosos en materia de equidad. En los 80s la desigualdad en China era similar a los países nórdicos, con Gini de 0.22 y el 25% de la riqueza en manos del 10% más rico de la población. 30 años después estos índices son 0.45 y 40% respectivamente. Según el Hurun Report China tiene hoy más billonarios (1.058) que los Estados Unidos (696).
China está hoy en el podio de la desigualdad entre los países desarrollados. Según el Credit Suisse, la tajada de la riqueza en manos del 1% más rico en China el 31%, mientras que en Europa es menos del 25%. Hong Kong es el extremo de una economía capitalista que se ha vuelto más desigual bajo el comunismo.
La explicación de Piketty es que bajo los ingleses tenía altos impuestos a las herencias, que se eliminaron al pasar al control de Pekín.
Una situación de tanta inequidad, que conlleva altos niveles de corrupción, es una bomba de tiempo que puede explotar aún bajo el rígido control del Partido Comunista. Además, porque quedan más de 600 millones de personas viviendo en situación de pobreza y sin un sistema de protección social universal que garantice salud, educación y vivienda de buena calidad para todos.
El presidente Xi Jinping sabe que la legitimidad de su modelo está en juego y ha empezado a tomar medidas que quieren poner en cintura el capitalismo salvaje y redistribuir la riqueza.
Con zanahoria para estimular a los super ricos a que le devuelvan más a la sociedad, y garrote para controlar monopolios y excesivas tasas de ganancia, Xi ha lanzado una campaña que ya muestra resultados, como por ejemplo que dos de las mayores empresas chinas, Alibabá y Tencent, se han comprometido a donar cada una 15.000 millones de dólares para proyectos sociales. Xi ha resucitado el viejo objetivo maoísta de ‘prosperidad compartida’.
Mauricio Cabrera Galvis
Consultor privado.