Los paros han vuelto a poner sobre la mesa el debate acerca del sector agrícola colombiano. Y en un contexto tan enrarecido, quien haya oído a los que dicen que el agro está postrado por los TLC, tal vez piense que la salida consiste en cerrar la economía.
Poco a poco, la idea va haciendo carrera, porque en Colombia el valor de los argumentos es directamente proporcional al tamaño del garrote de quien los esgrime. Por eso conviene recordar lo bueno, lo malo y lo feo de la situación del agro colombiano.
Lo bueno es que nuestra agricultura tiene un inmenso potencial. En este siglo, la demanda mundial por productos agrícolas ha crecido notablemente y seguirá aumentando mientras los países asiáticos mantengan la expansión que han tenido en las últimas décadas. Claro está, que los precios agrícolas internacionales han cedido terreno en los últimos meses, pero incluso así, las proyecciones señalan que seguirán en niveles que triplican los que se registraban a comienzos de siglo.
De modo que, demanda hay, y mucha. ¿Y tenemos factores para dinamizar la oferta? Claro que sí: tenemos tierra y mano de obra. Colombia cuenta con alrededor de 15 millones de hectáreas cultivables mal utilizadas, dedicadas a alimentar vacas solitarias o a engordar lotes para después venderlos. Entre tanto, el desempleo en el campo es mucho mayor que en las ciudades.
Lo malo es que el país ha desperdiciado esa gran oportunidad, mientras preserva un modelo proteccionista que contrasta con las quejas de los activistas de los paros. El agro es el único sector de la economía que no se ha abierto de verdad a la competencia internacional, conservando un sistema de aranceles variables que tiene un sesgo hacia la protección, y manteniendo sus productos sensibles en largos plazos de liberalización en el TLC con Estados Unidos. ¿Cuál ha sido el resultado de tanta protección? En los últimos años, el agro ha crecido menos de la mitad que el resto de la economía, los latifundistas han acumulado rentas y la situación de los campesinos no mejora.
Lo feo de todo esto es que la bulla de los paros amenaza con perpetuar la protección actual, sin que la crisis tenga mucho que ver con el comercio exterior. Las importaciones de los sectores que más gritan son modestas, comparadas con la producción nacional: las de papa representan menos de 1 por ciento, las de leche menos de 3 por ciento, y las de arroz, menos de 5 por ciento. Si esos sectores entran en crisis con esos niveles de importaciones, su problema, claramente, no tiene que ver con el comercio exterior, sino con su baja productividad.
Pero, como quienes esgrimen los garrotes no quieren hablar de eso, sino de los TLC, es probable que muchos sigan creyendo que la solución consiste en cerrar la economía, mientras países vecinos como Chile, Perú y Brasil siguen disfrutando de la expansión de sus sectores agrícolas gracias al comercio internacional.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo