He tomado prestado el título de esta columna de una que publicó este jueves en El Tiempo Margarita Rosa de Francisco. Con su admirable sentido común, hace un recuento de la percepción que tiene la gente sobre esos inefables personajes que deberían representar los intereses colectivos, pero que no hacen otra cosa que defender los propios.
Difícil encontrar una mejor descripción de las primeras reacciones que han tenido algunos parlamentarios ante el proyecto de reforma tributaria. Hemos oído cosas como que es inadecuada e inoportuna, y que pretende cuadrarle la caja al gobierno. Desde que el proyecto salió a la luz pública, quedó claro que les gusta a los economistas, pero no a los congresistas. La diferencia radica en que los primeros ven el bosque, mientras los segundos buscan un árbol del que se puedan colgar para hacer planteamientos populistas.
La reforma no solo es oportuna, sino además indispensable. La caída de los precios del petróleo dejó al Estado colombiano en una situación angustiante: en un par de años se esfumó el 20 por ciento de los ingresos del gobierno. Aunque ello ha implicado recortes en los presupuestos recientes, es necesario conseguir nuevos ingresos equivalentes a cerca de 2 puntos porcentuales del PIB. Eso lo saben las calificadoras de riesgo internacionales, que han advertido que, si no se consiguen esos recursos, bajarían su evaluación de la deuda nacional.
¿Y qué implicaría una reducción de la calificación de riesgo del país? Significaría una salida de capitales, una mayor devaluación, una aceleración de los precios de los importados y más incremento en las tasas de interés. Todo eso redundaría en menor crecimiento y mayor inflación, algo que se evitaría con la reforma que se ha presentado, para beneficio del presente gobierno y de los que vengan, y, sobre todo, de los colombianos.
Es cierto que el proyecto de reforma aligera las cargas de las empresas y aumenta las de las personas naturales, mientras consigue el grueso de los nuevos recursos a través del aumento del IVA. Pero hay que tener en cuenta que las compañías son las que dan trabajo a las personas, y hoy enfrentan una carga tributaria que duplica la de países comparables, como Chile, lo que implica asfixiar la gallina de los huevos de oro. Además, en Colombia el 82 por ciento de los impuestos directos los pagan las empresas y el 18 por ciento las personas, mientras que el promedio de América Latina muestra una mejor distribución de las cargas: 64 por ciento empresas y 36 por ciento las personas.
Y si bien ninguno de nosotros querría pagar más IVA, hay que tener presente que la tarifa de 16 por ciento de Colombia es inferior a la de países comparables como Perú (18 por ciento), Chile (19), Brasil (21) y Argentina (21), lo que muestra que avanzar en esa dirección no constituye una aberración.
Esos son los rasgos del bosque. Sería bueno que cada vez que un congresista se cuelgue de un árbol y objete la reforma para hacer política, nos cuente de dónde sacaría nuevos ingresos por 2 puntos del PIB sin acabar con el aparato productivo nacional.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo
‘Los políticos’
Sería ideal que nos contaran de dónde sacarían nuevos ingresos por 2 puntos del PIB sin acabar con el aparato productivo nacional.
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