En Colombia están pasando tantas cosas, que es difícil ponerle el rótulo de ‘lo más importante’ a cualquier hecho. Sin embargo, es imposible ignorar la relevancia de la concentración de reservistas, jubilados y víctimas del conflicto de las Fuerzas Militares el miércoles en la Plaza de Bolívar. La magnitud y el ímpetu de la concentración hacen de ella un hecho político insoslayable.
La lectura de los acontecimientos amerita varias reflexiones. En primer lugar, hay que destacar las razones de la convocatoria.
Según organizadores y asistentes hubo tres motivos fundamentales: la protesta contra las reformas propuesta por el gobierno, que atentarían contra la libertad y el orden; el respaldo a la Fuerza Pública y al rol que le otorga la Constitución de garante del orden institucional; y la defensa de la separación de poderes en el país.
Las consignas que se oyeron en la Plaza de Bolívar confirman uno u otro de esos motivos, y riñen con la visión simplista del gobierno que afirma que se trató sólo de pedir la restitución de la mesada catorce para los jubilados de las fuerzas.
La segunda lectura, tal vez la más simplista pero no por ello menos significativa, consiste en hacer comparaciones: esta concentración supera por mucho la suma de todas las convocatorias que ha hecho el presidente Petro a sus ‘balconazos’, lo que ha llevado a algunos a hacer un paralelo entre esos números y el estado de la opinión: la evidencia mostraría que actualmente la oposición es mucho mayor que el respaldo al gobierno, como lo señalan las encuestas. A la magnitud de las protestas y sus motivaciones se suma el sector de la población del que vienen: los veteranos y jubilados de las distintas fuerzas, en un momento en que la moral y los derroteros de fuerza pública están erosionados por la errática política de la Paz Total.
La muestra más elocuente de ello es el secuestro de 79 policías por un grupo de campesinos, que según los expertos estaba infiltrado por una disidencia de las Farc y que fue minimizado por el gobierno como un ‘cerco humanitario’.
Hay una lectura adicional que no se puede ignorar: la posibilidad de que la medición de fuerzas en las plazas derive en acciones cada vez confrontacionales e incluso con potencial de generar violencia.
Hechos como el episodio que se desarrolló alrededor de la estatua de El Libertador en la Plaza de Bolívar en los últimos días, primero con las guardias indígenas poniéndole su bandera al monumento y después con un ex miembro de la fuerza pública quitándola en medio de vítores, no solo tiene un inmenso poder simbólico sino que sugiere hasta dónde podría llegar la manifestación física de la efervescencia imperante.
La radicalización ideológica de las protestas y el coqueteo con las confrontaciones violentas es la peor salida que puede tener la compleja coyuntura que atravesamos.
MAURICIO REINA
Investigar asociado de Fedesarrollo