El manejo que le ha dado el gobierno al problema del coronavirus fue considerado ejemplar durante varias semanas. Mientras algunos países de la región, como Ecuador, Perú y Brasil, sufrían la tragedia de una explosión en sus cifras de contagios y muertes, nosotros éramos fuente de envidia por nuestro buen desempeño en esos frentes.
Ahora las cosas han cambiado. Mientras esos países parecen haber alcanzado el pico de su curva de contagios, nosotros estamos subiendo aceleradamente por una pendiente empinada.
Cada día alcanzamos un nuevo récord de infectados y fallecimientos, sin que se vea luz al final del túnel: una y otra vez las autoridades han ampliado su pronóstico sobre cuándo se dará el pico de la curva, y ya la directora del Instituto Nacional de Salud habla de septiembre.
Ese resultado tiene dos caras. Por un lado, el gobierno logró el objetivo que se había propuesto: aplanar la curva de contagios.
Así ganamos tiempo para buscar respiradores y tratar de superar el cuello de botella que conlleva la disponibilidad de unidades de cuidados intensivos (UCIs), para evitar el dramático cuadro que hemos visto en otros países: gente muriendo en las calles porque se ha desbordado la infraestructura médica.
Sin embargo, en el mercado internacional hay una inmensa escasez de respiradores por la pandemia: algunos estimativos hablan de una oferta global de 70.000 aparatos para atender una demanda de alrededor de 2 millones.
De esta manera, aunque el Gobierno ha logrado conseguir un buen número de respiradores, hoy las principales ciudades del país han superado la ocupación de 75 por ciento de las UCIs que se considera el umbral de seguridad para evitar una tragedia mayor.
El jueves de esta semana, Bogotá amaneció con 81 por ciento de ocupación de las UCIs, Cali con 85 por ciento, Cartagena con un 80 por ciento y Barranquilla con 82 por ciento. Esas cifras son alarmantes, pero más aún teniendo en cuenta que las curvas siguen subiendo y faltan al menos seis semanas para alcanzar el pico.
Alguno dirá que lo que hay que hacer es volver a implementar una cuarentena estricta en el territorio nacional. Sin embargo, esa ya no es una opción viable.
La otra cara de la moneda nos muestra el inmenso costo económico del encierro. En abril, el mes del confinamiento más estricto, cuatro millones de colombianos perdieron su empleo, un balance tan terrible que no hay país que se pueda dar el lujo de repetirlo.
Además, el Gobierno no tiene margen fiscal para ampliar mucho más las ayudas a la población vulnerable, lo que quiere decir que, con cuarentena o sin ella, mucha gente va a seguir saliendo a las calles a buscar su sustento.
Mientras países como Italia y España empezaron a abrir su economía cuando ya la curva de contagios estaba descendiendo, acá lo estamos haciendo cuando los infectados y los muertos aumentan vertiginosamente, y lo peor es que no tenemos alternativa.
Esa compleja situación nos deja dos certezas: en Colombia aplicamos la cuarentena antes de tiempo y las semanas que vienen serán muy dolorosas. Más vale que estemos avisados.
Mauricio Reina
Investigador asociado de Fedesarrollo.
mauricioreina2002@yahoo.com