Cuando escribo esta columna, aún no se ha ratificado el resultado definitivo de las elecciones presidenciales en Perú. Con más de 99 por ciento de los votos escrutados, Pedro Castillo ya tiene una ventaja matemáticamente imposible de remontar sobre Keiko Fujimori, cuyas esperanzas se limitan a lograr que las autoridades electorales anulen los votos de 800 mesas bajo el alegato de fraude.
Si bien aún existe una remota posibilidad de que la autoridad electoral le de la razón a Fujimori, más vale ir haciéndose a la idea de que el nuevo presidente del Perú es Pedro Castillo, el profesor y sindicalista que hasta hace unos meses era un virtual desconocido.
¿Qué implicará para el Perú y para nosotros esta inédita presidencia? Eso depende de qué clase de mandatario termine siendo Castillo.
Algunos dirán que no hay lugar a dudas: Castillo pertenece a un partido inequívocamente marxista leninista, Perú Libre, cuyo fundador Vladimir Cerrón se formó en Cuba.
En su campaña Castillo propuso una plataforma electoral que incluye una reforma constitucional y un viraje hacia una economía con una intervención decidida del Estado.
Sin embargo, las discrepancias afloran al tratar de precisar qué significa exactamente esa intervención del Estado.
Los pesimistas piensan en un modelo del estilo de Venezuela, que termine por destruir la economía. Los optimistas creen que puede implementar un esquema del estilo de Rafael Correa o Evo Morales, donde se mantenga un espacio significativo para la propiedad privada y la libertad de mercado, aunque con una decidida participación pública en sectores estratégicos de la economía.
Lo que sí parece ser un hecho es que no volveremos a ver la armónica convivencia de presidentes con veleidades izquierdistas con tecnócratas manejando la economía, una combinación que llevó al Perú a ser uno de los países con mejor desempeño económico en América Latina en este siglo.
¿Y qué puede significar esto para Colombia? Cuando nosotros vayamos a las urnas en mayo del año entrante, el nuevo mandatario peruano llevará diez meses en el poder.
Del camino que haya recorrido hasta ese momento dependerá su impacto sobre nuestras elecciones. Si a esas alturas Castillo ha sacado las garras intervencionistas que promueve su partido, la fuga de capitales y el desmadre macroeconómico ya habrán sido de tal magnitud que el simple efecto demostración perjudicaría a los candidatos de izquierda en Colombia, principalmente a Gustavo Petro.
Sin embargo, si Castillo y sus mentores reconocen sus limitaciones y aceptan que la iniciativa privada, la economía de mercado y la inserción internacional son claves para mantener el crecimiento necesario para financiar sus propuestas de transformación social, probablemente más de uno se llenará la boca hablando de un nuevo Robin Hood. Amanecerá y veremos.
Mauricio Reina
Investigador asociado de Fedesarrollo
mauricioreina2002@yahoo.com