Termina la semana de las marchas, la primera de muchas que han de venir, inaugurando un nuevo formato del esquema gobierno-oposición: aquel en el cual el vigor de una fuerza política se mide por la cantidad de personas que sea capaz de sacar a protestar.
Y es que la calle está desplazando a las instituciones como escenario del debate político. No es un fenómeno exclusivo de Colombia: sucedió en 2019 y 2020 en Chile, en Francia desde 2018 con los Chalecos Amarillos e incluso en la demencial marcha sobre el Capitolio promovida por Donald Trump hace dos años en Washington. Esas manifestaciones han tenido un mayor efecto político que cientos de discursos.
Al considerar la relevancia política de esos episodios, es inevitable caer en la tentación de hacer un balance de lo sucedido esta semana en Colombia. Es sabido que no hay estimativos más dudosos que los que tratan de establecer cuánta gente sale a la calle en una marcha en Colombia. Sin embargo, cualquiera que sea el método de cálculo, la balanza parecería favorecer las movilizaciones de oposición. Ese balance es consistente con los datos que han empezado a arrojar las encuestas en los últimos días, donde la desfavorabilidad del gobierno de Petro ya supera por unos diez puntos sus índices aceptación, resquebrajando la luna de miel con la opinión de los primeros meses de su mandato.
Pero no hay que ceder a la tentación: aunque parezca muy atractivo, es un gran error tratar de evaluar el panorama político de un país a partir del volumen de gente que sale a marchar a favor de una u otra posición. Cualquier cantidad de marchantes es poca frente a los grandes números de la población, como para ser un indicador estadísticamente confiable. Peor aún: el entusiasmo callejero muchas veces no se traduce en efectividad política. Tomemos el caso de unas marchas y contramarchas cercanas a nosotros: las de Venezuela. El mundo entero se ha sorprendido al ver las multitudinarias protestas que se han adelantado contra el régimen de Nicolás Maduro en 2014, 2016, 2017, 2019, 2023 … y a pesar de ello él sigue allí, atornillado y riéndose de todos.
Es un error pensar que ganar en las calles se traduce en un triunfo político, sobre todo en medio de una coyuntura de zozobra e inestabilidad como la que vive Colombia. Las marchas no pueden reemplazar a las instituciones; a lo sumo pueden respaldarlas.
Así como el presidente Petro convoca a sus bases para que salgan a presionar al Congreso y a las Cortes para que no se opongan a sus reformas, atentando contra la independencia de poderes que consagra la Constitución, así mismo el resto del país debe defender y respaldar vigorosamente la autonomía del poder legislativo y del poder judicial, y el valor de sus decisiones. Ahí es donde se está jugando el verdadero juego.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo.