“Se acabó la luna de miel del gobierno”, titularon varios medios esta semana tras conocer los resultados de la última entrega de la encuesta de Invamer. Un par de datos resumen el balance que hace la encuesta de la percepción popular del nuevo gobierno: entre agosto y octubre, la favorabilidad del presidente Petro cayo 10 puntos (de 56 por ciento a 46 por ciento) y su desfavorabilidad aumentó 20 puntos (de 20 por ciento a 40 por ciento).
¿Cuál es la causa de ese debilitamiento de la imagen presidencial? Es usual que un gobierno que empieza tenga un gran respaldo de la población, que tiende a confundir las promesas de campaña con planes de gobierno realizables. Sin embargo, a medida que la gente aterriza de nuevo en la triste y tozuda realidad, el optimismo excesivo se empieza a moderar.
Pero en este caso no estamos ante el debilitamiento convencional de cualquier luna de miel política. El presidente Petro que asumió el 7 de agosto no es el mismo que la gente ha ido descubriendo con el paso de los días. El que pronunció el discurso de posesión era conciliador y decía buscar la unión de sus compatriotas. El de dos meses después divide a los colombianos entre descendientes de los esclavos y descendientes de los esclavistas que siguen explotando a los primeros (como lo señaló en su reciente discurso en Caldono, Cauca). De otro lado, el que se posesionó el 7 de agosto parecía respetar las instituciones, mientras el actual afirma que los enemigos de su gobierno y sus objetivos son las normas y las leyes.
A esas manifestaciones de rechazo a las instituciones y populismo polarizante, se suman otras dos circunstancias que han ido cambiando la percepción temprana de la opinión sobre el presidente y el nuevo gobierno. La primera es su desprecio hacia los conceptos de seguridad y orden, desdén que ha estado presente en el manejo de la invasión de tierras, el paro minero del norte de Antioquia y sus generosas propuestas de acogimiento a la justicia a los grupos narcotraficantes.
La segunda es la pasmosa disfuncionalidad de su gobierno, que se sintetiza en el número de veces que el ministro de Hacienda ha tenido que salir a desmentir a otros miembros del gabinete y al mismo presidente, después de que éstos han hecho anuncios que desestabilizan la economía.
Pero no sólo la opinión pública se está reacomodando a medida que avanza el nuevo gobierno. La monolítica aplanadora parlamentaria empieza a mostrar resquicios de duda de partidos que se declararon de gobierno, y que empiezan a pensar que quizás no sea tan buena idea montarse a ojo cerrado en un aparato indefinido, cuya apariencia empieza a parecerse a algo que oscila entre un misil y el Titanic. Falta poco para saber qué nuevas sorpresas traerán los primeros 100 días de Petro.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo.