Donald Trump no es santo de mi devoción. Además de ser racista, machista y xenófobo, miente sin pudor y usa el poder del Estado en beneficio personal. Un personaje con esas características es indigno de estar en cualquier cargo público, y más si se trata de la presidencia del país más poderoso del mundo.
Pero la antipatía que me produce Trump no obsta para reconocer que, a menos de un año de que se la juegue por su reelección, todo le está saliendo bien. Por ejemplo, el asesinato del general iraní Qasem Suleimani, que habría podido terminar en una tragedia militar en Medio Oriente y un desastre político en Estados Unidos, se ha convertido en un triunfo tras el craso error de Irán de derribar un avión ucraniano con más de 170 personas abordo.
Otro ejemplo: cuando estamos a pocos días de que empiecen los ‘caucus’, en los que se eligen los candidatos presidenciales de los partidos, los precandidatos demócratas siguen sin producir frío ni calor, como el postizo Joe Biden, o se neutralizan entre sí, como el panfletario Bernie Sanders o la combativa Elizabeth Warren, que se han dedicado a pelear como lo volvieron a hacer en el debate del martes pasado.
Pero tal vez el caso más elocuente de la buena estrella de Trump sea el acuerdo que firmó esta semana con el gobierno chino para hacer una tregua en la guerra comercial. Aunque deja sueltos los principales cabos de la disputa entre las dos potencias, el acuerdo arroja resultados muy favorables para Estados Unidos y trae un poco de estabilidad a un entorno internacional que ha estado bastante enrarecido en los últimos meses.
Para ver las limitaciones de lo negociado basta con recordar que el acuerdo estuvo antecedido por sucesivas rondas de agresiones mutuas, en que Estados Unidos elevaba sus aranceles a las exportaciones de China y ésta respondía con medidas similares. Poco de eso se revirtió. A pesar de lo firmado esta semana, dos terceras partes de las ventas chinas quedaron pagando aranceles mucho más altos que los que tenían año y medio atrás, mientras que la mitad de las exportaciones estadounidenses también quedaron peor que antes. Como si eso fuera poco, el acuerdo no toca el principal problema que subyace a las distorsiones comerciales de China: los inmensos subsidios que tienen sus exportaciones.
¿Y entonces por qué digo que todo le está saliendo a Trump? Porque si bien el acuerdo no toca lo sustancial, sí logra cosas importantes para Estados Unidos: el propósito de China de no manipular su moneda para ganar ventajas en el comercio, su compromiso de abrir su sector financiero a los bancos estadounidenses, y su promesa de importar productos de ese país por más de 200.000 millones de dólares en los próximos dos años, entre ellos más de 40 mil millones de dólares en productos agropecuarios.
Imagínense ustedes los discursos de campaña que dará Trump en los próximos meses, diciéndoles a los estadounidenses todo lo que podrán exportar al mercado chino… A pesar del juicio político que se le viene encima, está muy difícil de atajar.
Mauricio Reina
nvestigador asociado de Fedesarrollo
mauricioreina2002@yahoo.com