Cualquiera diría que en Colombia toca barajar y repartir de nuevo. El escándalo de la Rama Judicial ha revelado que la corrupción ha penetrado hasta lo más profundo de las instituciones, incluso de aquellas que deberían ser las más impolutas. ¿En qué otro país del mundo unos expresidentes de la Corte Suprema de Justicia extorsionan a los investigados por esa corporación a través de un fiscal anticorrupción, pidiendo millonarias sumas para hacerles pasito en sus procesos? Aunque habrá que esperar los resultados de las investigaciones, los indicios sugieren que eso solo pasa acá.
Agreguen ustedes el escándalo de Odebrecht y el panorama del funcionamiento del Estado queda clarito. Para ser elegidos, los dignatarios del Poder Ejecutivo, a nivel nacional y regional, deben recurrir a los caciques clientelistas que compran votos con promesas de puestos y contratos. Una vez elegidos, los gobernantes asignan obras y tajadas presupuestales a los caciques clientelistas que los ayudaron a elegir, quienes así pueden cumplir sus promesas de puestos y contratos, además de sacar una tajada para su bolsillo y para aceitar la maquinaria de su propia elección.
Y es que esos caciques clientelistas suelen estar atornillados en el Poder Legislativo, como ilustres voceros de sus regiones, donde, además, aprovechan su poder parlamentario para pedir más puestos y más presupuesto al Ejecutivo a cambio de ayudarle a pasar las leyes que necesita para gobernar. ¿Y el Poder Judicial? Hace poco no aparecía en el radar, pero ahora está cada vez más claro que también ha participado del saqueo, cobrando su respectivo peaje a cambio de no hacer justicia en un lado ni en otro.
De esta manera, a cada uno de los protagonistas de esta historia les llega su cuota del presupuesto nacional, es decir una porción de lo que ustedes y yo pagamos en impuestos. Esta manera de hacer política es un asco y las tres ramas del poder público están contaminadas, y lo peor es que no se sabe qué se debe hacer para salir de la cloaca. Lo que sí está claro es que en río revuelto, ganancia de pescadores, y ya hay muchos tratando de sacar provecho del desastre.
El deterioro institucional, la corrupción rampante y la desilusión de la gente frente al Estado son el caldo de cultivo para engendros aún peores como las aventuras populistas, ya sean de derecha o de izquierda. La Venezuela de los años noventa tenía características similares: políticos ineptos, funcionarios corruptos y un gran desencanto de la población. Y, entonces, apareció un líder populista que prometía cambiarlo todo, empezando por la Constitución, y hasta el sol de hoy…
Los próximos nueve meses son cruciales para el futuro de Colombia, y los electores debemos ignorar los cantos de sirena. Una Asamblea Constituyente es una caja de Pandora, y mucho más en manos de caudillos populistas, ya sean de derecha o de izquierda. La salida de esta situación no está nada fácil, pero la evidencia cercana muestra que todo puede ser peor.
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Todo puede ser peor
El deterioro institucional, la corrupción rampante y la desilusión de la gente frente al Estado son el caldo
de cultivo para engendros aún peores.
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Mauricio Reina
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