Nunca en la historia moderna el desafío de la política económica ha sido tan complejo.
Son muchos los factores que nos tienen en una encrucijada. Algunos remontan a más de cuarenta años cuando los Estados Unidos empezaron a acumular significativos desequilibrios fiscales y de comercio exterior.
Gracias a su capacidad de atraer capitales foráneos, los estadounidenses han podido financiar sin mayores dificultades sus necesidades. Pero el costo ha sido un constante aumento del endeudamiento que se estima en unos 5.875 billones de dólares equivalentes a 107 por ciento del Producto Interno Bruto.
Desde finales del siglo pasado cuando se presentó la crisis bursátil de los puntocom, la respuesta ha sido la expansión monetaria. Abundante liquidez y largos períodos de bajas tasa de interés lograron evitar el descalabro bursátil y se recuperaron el crecimiento irrigando crédito a la economía.
Pero el problema central es que estas medidas, que debían ser temporales mientras se superaba la crisis, se tornaron permanentes. Durante los últimos veinte años hemos tenido un muy largo período de baja inflación lo que ha permitido tener tasas de interés expansivas. Llegó la gran crisis financiera de 2009 que tuvo de rodillas la economía mundial.
La salida fue una monumental inyección de liquidez en la que los grandes bancos centrales tomaron una decisión histórica: acumular en sus balances cientos de miles millones de dólares comprando títulos de deuda pública y privada con el objetivo de reactivar un mercado de financiamiento que se había secado producto de los graves problemas de los principales bancos comerciales mundiales.
De nuevo las medidas monetarias nunca se revirtieron aún cuando se logró espantar el cataclismo. Ya para este momento era evidente que el sistema monetario internacional estaba desbalanceado y se había convertido en una adicto de la liquidez.
La pandemia originó una masiva inyección de liquidez como nunca antes en la historia. Los efectos de las cuarentena han resucitado el fenómeno inflacionario.
Problemas de abastecimiento tienen perturbados un número importante de mercados de bienes. Lo aconsejable sería limitar la liquidez lo que llevaría a aumentar las tasas de interés.
Pero cada vez que se advierte un escenario de contracción monetaria los mercados muestran un gran nerviosismo y volatilidad. Existe un justificado temor que al cerrar el largo período de dinero barato pueda se abra la puerta de una profunda recesión. Ni la Reserva Federal, ni el Banco Central Europeo, ni ningún otro titular de finanzas públicas a nivel internacional está dispuesto a asumir ese riesgo.
Inundadas de recursos, las economías parecen haber perdido la capacidad de operar en entornos de menor liquidez. Como los adictos, se sabe que es necesario un período de abstinencia para poder recuperar el control.
Pero en el caso de la economía mundial, el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda.
migomahu@hotmail.com