Puede sonar retrógrado en estos tiempos de lo políticamente correcto, pero no deja de ser cierto. Hay muchas verdades que incomodan a todos los que posan de tener posiciones sofisticadas. Algunas de estas afirmaciones son elementales y, aun así, son ignoradas por muchos gobernantes que no les conviene aceptar su validez.
La primera de estas afirmaciones es que existe un vínculo entre pobreza y violencia.
La idea de que los pobres roban porque tienen hambre y necesidades no resiste un análisis factual. Puede ser que sea cierto en América, de norte a sur, pero no es válida en muchos otros países pobres. Hay muchas sociedades más atrasadas que Colombia donde la inseguridad es muy baja a pesar de tener condiciones de desigualdad, falta de educación y miseria peores que las nuestras. Pero en Colombia seguimos insistiendo que mientras haya pobreza debemos aceptar la inseguridad como una consecuencia natural y permanente de nuestra sociedad.
Otra falsa relación es la establecida entre el nivel de gasto en educación y el progreso. La educación, por sí misma, no produce crecimiento. Es la educación de calidad la que genera beneficio social. Tener acceso a una educación sin idiomas, buenos fundamentos en ciencias y matemáticas o con profesores pedagógicamente obsoletos, sólo genera estancamiento y baja productividad. Una educación como la colombiana, en lugar de abrir puertas, es una fábrica de frustraciones. Exigimos más educación, pero no buena educación.
Hay factores culturales que son muy importantes para salir de la pobreza. Por ejemplo, estimular la higiene, el orden y la limpieza es fundamental. La triste realidad de la pobreza es más grave si los pobres además tienen que vivir en la suciedad o en entornos denigrantes. En Colombia aceptamos que lo público sea feo, sucio e inseguro.
El mejor ejemplo es Transmilenio cuya infraestructura está destruida, es inseguro, lleno de vendedores, colados y mendigos. Todos los días millones de personas deben someterse al maltrato de un servicio de transporte inhumano. Y lo peor es que no mejorará. Nuestras ciudades son sucias, llenas de grafitis, con espacios públicos abandonados y peligrosas. Condenamos a los más pobres a vivir en condiciones que no estimulan ni generan optimismo. Nuestra cotidianidad es triste, genera estrés y cansancio. No es entonces de extrañar los niveles de agresividad que se observan. La gente explota porque siente que nada avanza ni mejora.
Hay conceptos que parecen retrógrados pero que son ciertos. Hay muchas otras dimensiones que pueden hacer nuestra vida algo mejor, pero se requiere preocuparse más por la calidad de las pequeñas experiencias de nuestra cotidianidad.
Para ello hay que enfrentar los problemas, dejar de tolerar lo intolerable y empezar a ofrecer soluciones concretas para mejorar la calidad de vida.
Coletilla: Daca, capital de Bangladesh, uno de los países más pobres del mundo, ya tiene metro…
Miguel Gómez Martínez
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