Una de las nociones más importantes de la ciencia económica es el concepto del costo de oportunidad. Cada vez que tomamos una decisión optamos por una alternativa que excluye, de facto, las demás. El costo de oportunidad es aquello que dejamos de hacer cuando tomamos una decisión. Si decido cambiar de automóvil, entonces, no podré ir de vacaciones; si me doy gustos gastando, entonces, no ahorro, y así sucesivamente.
El costo de oportunidad es un verdadero test para las propuestas demagógicas. En esta época de campañas electorales, el costo de oportunidad desaparece. Parece como si todo fuese posible, sin restricciones presupuestales ni límites de gasto. Habrá dinero para todo tipo de políticas de apoyo, para subsidios, para las mujeres, los jóvenes, los adultos mayores, para las minorías, las mayorías, para lo Divino y lo humano. No tendremos que sacrificar nada para lograr todas esas promesas.
Hay quienes van lejos en sus propuestas. Todo será gratuito como la educación, la salud, las carreteras, el agua, el transporte público, los libros, los medicamentos, la recreación, y la lista continúa. Se condonarán créditos del Icetex y habrá préstamos baratos para todo el que lo necesite. Seguiremos con la viviendas gratuitas y se mejorarán los subsidios para los pobres.
Casi no se mencionan las limitaciones de la economía colombiana. El lento crecimiento, el aumento del desempleo, el incremento de la cartera morosa, los bajos precios del café, la posibilidad de una guerra comercial internacional, el muy probable escenario de un aumento de las tasas de interés en EE. UU., el costo creciente de la crisis venezolana sobre nuestra economía, el déficit del sector salud, la agonía presupuestal de las universidades públicas, por no señalar sino algunos temas trascendentales, no se abordan en los debates.
Poco se menciona el lamentable estado en el que Santos deja la economía. Sin margen de maniobra, con un elevado endeudamiento y con la necesidad de una nueva reforma tributaria, el próximo presidente deberá emprender un duro programa de ajuste para evitar que entremos en una verdadera crisis de pagos. Pero de estas malas noticias que se nos vienen encima nadie habla. Solo se escuchan cantos de pajaritos.
Nadie menciona que no hay margen fiscal para atender todas las concesiones que se hicieron en La Habana. Tampoco se habla de la decadencia de la capacidad operacional de las Fuerzas Militares ni del retraso en la modernización de las mismas. Los altos mandos están muy satisfechos con sus primas. El futuro no importa. Mientras todo esto sucede, el gobierno saliente dilapida los escasos recursos que le quedan. La feria de nombramientos continúa en la Cancillería, los contratistas siguen firmando jugosos compromisos como lo confirmó el escándalo de los recursos de la paz. Quien reciba el poder el 7 de agosto no encontrará ni un lápiz. Santos se habrá llevado todo para Londres, donde disfrutará su inmerecido prestigio.
Los ciudadanos deberíamos hacernos respetar. Exijamos menos promesas y más realidades; menos discursos y más políticas respaldadas con cifras; más análisis y menos frases de cajón; más estudio y menos vitrina. Se trata de nuestro futuro, porque el de los políticos siempre estará garantizado. Lo que está en juego es demasiado importante como para confiarlo a quienes solo aspiran al poder.