Durante años analizamos sus causas. Décadas enteras estuvimos discutiendo la manera de combatirla. Muchos gobiernos anunciaron que implementarían medidas para eliminarla. Pero en realidad no hicimos nada frontal contra ella. Hoy nos pasan la costosa cuenta de no haber enfrentado a tiempo este enorme problema.
Me refiero a la economía informal. Un fenómeno que representa el 48 por ciento de la población económicamente activa del país. Unos doce millones de colombianos derivan su sustento de actividades productivas que no están registradas, no pagan impuestos, no cotizan a la seguridad social y no tienen ninguna garantía de estabilidad. Los vemos en cada esquina y calle del país vendiendo arepas y empanadas, artículos de contrabando, lustrando zapatos, ofreciendo café y frutas, transportando gente en motos y miles de otras actividades tan diversas como creativas.
Es gente buena, que no es perezosa, que trabaja y se esfuerza por salir adelante. Pero el sistema económico formal no los ha incorporado porque no poseen la formación necesaria o porque la oferta de puestos de trabajo es muy insuficiente. No son desempleados para el Dane pues ejercen una actividad de la cual derivan un ingreso, así sea modesto. Tampoco son inactivos. Son miembros de la economía informal, uno de los cánceres de los países cuyo modelo capitalista es imperfecto e injusto.
Es cierto que formar parte de la informalidad puede tener algunos beneficios en un país como el nuestro donde el estado es ineficiente y corrupto. Los informales no pagan impuestos ni tienen que cumplir con la absurdas y numerosas reglas que los políticos y gobernantes se inventan para justificar sus funciones. La economía formal tiene muchos inconvenientes que hacen muy difícil hacer empresa en la legalidad. También es cierto que muchos de esos informales tienen ingresos superiores al salario mínimo que devengan el 54 por ciento de los colombianos según Fedesarrollo. No tienen patrón, fijan sus horarios de trabajo y no están atados a las restricciones del empleo formal. Pero esos beneficios son simbólicos si se consideran los costos asumidos. No tendrán pensión, su acceso a la salud dependerá de los programas de subsidios del Estado y su capacidad de acceder a la modernidad estará limitada. Su marginalidad se traducirá en exclusión y desigualdad. La precariedad de su situación los condenará a la pobreza.
Es en estos momentos de crisis que percibimos, con toda claridad, el costo de haber permitido el crecimiento desbordado de la economía informal. La cuarentena y la parálisis de gran parte de la economía tiene impacto en los informales. Sus ingresos dependen de la posibilidad de estar gravitando al margen de la economía legal. Restringidos en su movilidad, las desventajas de ser informal resultan muy evidentes. Son los eslabones más frágiles de la sociedad. Sin posibilidad de procurarse su sustento diario y sin el respaldo de la red de seguridad social, su vulnerabilidad es total. Hoy percibimos la debilidad social que representa la economía informal.
Coletilla: Me imagino que los que critican sin piedad al gobierno Duque deben haber manejado muchas pandemias.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda
migomahu@hotmail.com