Se atribuye al filósofo, matemático e historiador escocés Thomas Carlyle el haber calificado a la economía como una ciencia deprimente (dismal science). Es cierto que en este mundo dominado por el materialismo, los temas económicos han adquirido una preeminencia excesiva. La incapacidad que tiene la ciencia para explicar tantos fenómenos y desequilibrios es desesperante para quienes esperan respuestas absolutas y políticas infalibles. El carácter de ciencia social nunca permitirá cumplir con las expectativas de quienes creen que la economía es un tablero de control con el que se puede jugar a voluntad.
“Economía al desnudo”, (Naked economics. W.W Norton & Co, 2010) escrito por Charles Wheelan, es un interesante texto donde se plantean una serie de cuestiones, de esas que desesperan a los neófitos a quienes deprime la economía. El libro, muy buen escrito y con análisis novedosos, es un esfuerzo por presentar la esencia de los temas económicos que son, según el autor, en su mayoría intuitivos. Los asuntos económicos deberían ser desnudados de toda la jerga y los modelos matemáticos que alejan al ciudadano de la economía y se la entrega a los demagogos.
Economía al desnudo tiene que ver con la ausencia de una formación en economía que debería ser obligatoria para todos los ciudadanos. Sin ella, los argumentos simplistas se imponen y terminan produciendo grandes fracasos económicos, como es el caso de Venezuela. Basta con escuchar los insoportables discursos en el Congreso para percibir la ausencia de formación básica en economía. Cualquier programa de opinión es una retahíla de afirmaciones, que pueden sonar atractivas, pero sin sustento económico válido.
Presenciamos un buen ejemplo de incultura económica que tendrá consecuencias sobre la economía doméstica. El gobierno propuso ampliar el impuesto al valor agregado al conjunto de la canasta familiar. Más allá de las válidas discusiones sobre la viabilidad de la medida en la práctica, sobre la inconveniencia de aumentar la tributación o sobre los costos políticos, la verdad es era necesaria por razones fiscales y para corregir un problema de equidad del sistema tributario.
El debate fue una aterradora demostración de incultura económica. Los enemigos del gobierno catalogaron el proyecto de injusto con los pobres cuando, para ellos, sería neutro por efectos de la devolución. La izquierda, los liberales, los uribistas y hasta los conservadores avalaron esa afirmación. Los medios la respaldaron unánimemente. Los gremios no quisieron comprometerse y muchos la criticaron porque afectaba sus intereses. En realidad la iniciativa del gobierno corregía una de las distorsiones que favorecen a los más ricos. Pero el nivel de pobreza de los argumentos fue superior al de la lógica económica.
Son muchos los asuntos económicos que son sepultados sin discusión. Los argumentos terminan descartados en un mar de lugares comunes y afirmaciones sin sustento. Y lo grave es que esto sucede en las universidades, en las campañas políticas, en las columnas de opinión y en las discusiones sociales.
¿Quiénes son los culpables de esta ignorancia? Los primeros responsables son los propios economistas que consideran que mientras más ininteligible es la ciencia para los neófitos, mejor es. A los economistas también es necesario desnudarlos de su prepotencia y de su falta de humildad.