La decisión del pueblo británico de abandonar la Unión Europea es un maravilloso ejemplo del fracaso de la política. El Reino Unido es la democracia más desarrollada del mundo, con un elector maduro y unas instituciones transparentes. Allí nada de compra de votos, mermelada, publicidad oficial y trasteo de electores. La gente vota libre. Por ello es un caso excelente que demuestra lo que sucede cuando los gobiernos no afrontan los problemas reales.
David Cameron ha sido siempre un político aguado. Su débil liderazgo fue evidente desde que accedió a los niveles directivos del Partido Conservador británico.
De su gobierno muy pocas cosas sobresalen, pues, muy en la órbita de los políticos contemporáneos, no toma ninguna decisión que pueda afectar su popularidad. Pensó que el referendo sobre Europa era una jugada fácil y, por primera vez, decidió asumir un riesgo. Creía que conocía a su pueblo y que no debería gastar su preciosa popularidad en un campaña que pensaba sería triunfadora.
La sorpresa fue mayúscula, ya que descubrió un país dividido por regiones (Escocia e Irlanda del Norte querían permanecer en Europa, mientras que Gales e Inglaterra querían abandonarla), por edades (los menores de 50 años eran masivamente partidarios de Europa, en tanto que los mayores de edad querían salirse) y dentro de las mismas colectividades políticas (tanto en los conservadores como en los laboristas había partidarios de los dos bandos). En su mismo gabinete ministerial había defensores de la opción de retirarse de la Unión.
El liderazgo es el resultado de jugarse por unas ideas políticas y lograr que la opinión lo siga. Lo que descubrió Cameron es que no es un líder porque no encarna ninguna idea.
El voto contra la Unión Europea es una protesta contra la incapacidad de ese sistema burocratizado e ineficiente de Bruselas para ofrecer soluciones a los dos problemas mayores de Europa: el desempleo y la migración sin control.
Hace años que los ciudadanos, no solo los británicos, manifiestan su malestar por la ausencia de respuestas satisfactorias al respecto. En Francia, Holanda, Austria y Alemania crecen los movimientos de inconformes. Algo muy similar es lo que explica el ascenso de Trump en los Estados Unidos. Mientras tanto, los partidos tradicionales se complacen en el establecimiento, con sus prebendas, modelos corruptos y la falta de creatividad en sus propuestas. Ese vacío es el que llenan los extremistas de Podemos, el Frente Nacional francés o los populismos latinoamericanos.
En Colombia, la política hace décadas que ha fracasado. Seguridad, desempleo, equidad, justicia, narcotráfico, corrupción, calidad de la educación, salud, infraestructura, competencia, son solo algunos de los temas en los cuales el Estado colombiano no ofrece sino respuestas muy parciales frente a las expectativas del elector. Para el colombiano promedio, la política es una actividad sucia, mentirosa, plagada de personajes corruptos que solo piensan en enriquecerse. Poco y nada esperan de ese mundo que desprecian hasta el punto de que la mayoría no vota.
La democracia está demostrando que, sin la capacidad de resolver de forma eficaz los problemas, los ciudadanos, incluso los flemáticos británicos, terminan por elegir al que les promete opciones radicales.
Puntilla: a pesar de la tasa de cambio favorable, siguen cayendo las exportaciones y la inversión extranjera. En el Ministerio del ramo no hay ideas ni estrategias.
Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
migomahu@hotmail.com
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El fracaso de la política
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Miguel Gómez Martínez
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