Se percibe una ansiedad creciente en la opinión pública no partidaria de las ideas populistas. Es la sumatoria de tres factores: la ausencia de mensaje, la falta de un candidato con opciones y la crisis de las fuerzas políticas más representativas de estas ideas.
En el bando populista la situación parece mucho más clara. Tienen candidato, agenda temática y un cúmulo de organizaciones incluyendo partidos políticos, sindicatos como Fecode, colectivos de todo tipo y cientos de ONGs. Además, el entorno de protestas y movilizaciones refuerza la sensación de pesimismo sobre el futuro nacional.
Un análisis más sereno confirma que muchos de los factores que hoy angustian a la sociedad han sido auto- infligidos.
Somos nosotros los que elegimos, una y otra vez, a los mismos políticos sin principios. Los ciudadanos, con nuestra pasividad, toleramos la ineficiencia e indolencia de los burócratas. Los que pagamos impuestos no protestamos cuando las obras se convierten en elefantes blancos o son de pésima calidad.
Nos acostumbramos a no tener justicia como si un democracia pudiese vivir sin ella. Aceptamos que la corrupción sea parte de casi todos los actos del sector público.
Toleramos que la informalidad creciera sin límites excluyendo a millones de la mínima dignidad. Le entregamos las calles a los delincuentes y miedosos nos encerramos en nuestras casas.
Nos acomodamos con una economía que no compite. Convivimos con 200 mil hectáreas de narcotráfico y cargamos el estigma de ser un país de narcotraficantes. Dejamos que nos robaran el No del plebiscito y creímos que la impunidad nos traería la paz.
¿La culpa es de quién? Somos expertos en buscar culpables. La lista es larga y muchos son, sin duda, responsables de nuestros males. Lo cierto es que todos tenemos nuestro grado de culpabilidad en la crisis que atravesamos.
Hay temas que llevan años sin ser atendidos. Algunos los hemos dejado incubar hasta que exploten. Nos gastamos billonadas en estudios y diagnósticos para luego archivarlos. Nos gustan las frases de cajón y las excusas para no actuar porque siempre hay algún falso argumento para desviar la atención de lo prioritario.
Se nos olvidó que el gobierno no puede sino debe gobernar, la justicia tiene que ser imparcial, los maestros son un ejemplo social, el trabajo es un derecho y no un privilegio, la ley es para cumplirla, la autoridad hay que respetarla, el corrupto debe ser rechazado y la prensa tiene que ser libre.
Toda herida es dolorosa y mucho más si es auto-infligida.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda
migomahu@hotmail.com