Todos los pueblos ejercen la doble moral. Tienden a ser exigentes con los demás y se otorgan mucha flexibilidad cuando se trata de aplicarse los mismos estándares. Las grandes potencias son buenos ejemplos de esa actitud. Nos exigen que cumplamos normas que ellos durante siglos violaron. Nos dan lecciones de derechos humanos, aquellos que colonizaron a sangre, fuego, opresión y racismo. Nos exigen proteger el medioambiente, cuando en sus grandes capitales hace apenas unas décadas los niveles de contaminación eran absurdos. Nos piden que luchemos contra la inequidad, cuando ellos la han promovido a nivel internacional mediante la acumulación desmedida de riqueza en favor suyo.
Pero tal vez ningún pueblo tenga una doble moral más profunda que el colombiano. Se ve en los pequeños detalles como, por ejemplo, lo irrespetuosos que son con los policías en su país y lo absurdamente subordinados que son de la autoridad cuando llegan a Miami. Exigimos justicia, pero cuando capturan al raponero, consideran que la policía abusa de su poder con “los pobres que no tienen qué comer”. Nos escandalizan los corruptos y nos quejamos de la mermelada, pero cada cuatro años cientos de miles vuelven y votan para reelegirlos. Condenamos la cultura del dinero fácil, pero aceptamos que los bandidos aparezcan sonrientes en las revistas de moda y cerramos los ojos cuando uno de ellos se convierte en socio o nos compra un activo que no hemos podido vender.
El extremo más patético de esta doble moral es con los temas de violencia. Los horribles y condenables hechos de sangre acontecidos en Francia, nos conmueven hasta la entrañas. Está bien que todavía la violencia nos produzca rechazo. En las redes sociales brotan los compungidos que se autodenominan solidarios con un Je suis Paris. Pero lo que resulta incoherente es que cuando hechos similares o más horribles se producen en nuestra realidad, nos quedamos pasmados como si sucedieran en Marte. Nunca hubo nadie que promoviera algo similar como Je suis Bojayá.
Aplaudimos la fortaleza y decisión política con la que Francia enfrenta, sin miedo ni matices, la amenaza terrorista. ¿El Fiscal de Francia está pidiendo que los asesinatos en París sean considerados como delitos conexos a la rebelión islámica? ¿El Parlamento francés considera modificar la Constitución para abrirle espacio político a los terroristas? ¿El poder judicial galo estaría dispuesto a aceptar un régimen penal que garantizara la impunidad de los cabecillas del Estado Islámico? ¿Han escuchado al presidente Hollande decir que el Imán de Isis “le parece mejor persona de lo que imaginó”?
Algunos dirán que estoy comparando lo que no es comparable. Que Francia no es Colombia, y que los yihadistas no son las Farc. Entrarán sociólogos, amigos de la paz, Benedettis y Barreras a pedir análisis profundos sobre las particularidades del conflicto colombiano. Se explayarán en su doble moral porque, así no lo quieran, las Farc y los yihadistas son terroristas, porque Francia y Colombia no son democracias perfectas, pero tienen el deber de protegerse frente a las amenazas violentas y porque quien comete asesinatos contra inocentes merecen la cárcel y no una curul.
La doble moral es lo mismo que no tener moral. Hay temas sobre los que una cultura no puede permitirse ser incoherente. Los franceses no juegan con sus instituciones ni las acomodan para ganar puntos en las encuestas. Ellos son serios.
Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
migomahu@hotmail.com