Según el Observatorio Laboral para la Educación del Ministerio de Educación Nacional, un graduado de universidad a nivel de pregrado recibe un salario promedio de 1,5 millones de pesos. Ninguna otra estadística es más grave que esta. Si una persona que ha estudiado por lo menos once años de formación básica, intermedia y secundaria, y luego cinco años de educación superior, recibe como salario de enganche apenas dos veces el salario mínimo (hoy en 737.717 pesos), algo tenemos que estar haciendo muy mal.
Claro, hay diferencias por carreras. Ganan entre 3,2 y 2,3 millones mensuales los estudiantes de medicina, ingeniería electromecánica, estadística, ingeniería de sistemas y geología. Reciben un poco más los hombres (1,8 millones) que las mujeres (1,6 millones).
Existen, cada año, 375.000 estudiantes inscritos en los diferentes programas de educación superior que, con el enorme sacrificio de sus padres o de su trabajo, piensan que estudiando van a despegar en su vida laboral y mejorar su nivel de vida. Pero las cifras parecen no validar esa esperanza.
¿Cuál es el valor agregado de la educación? ¿Por qué estudiar no es la llave que asegura el progreso individual? ¿Si la educación superior en Colombia es tan costosa para el poder adquisitivo de los ciudadanos, por qué estudiar no garantiza el progreso personal? Este es el debate más importante que deberíamos estar adelantando en Colombia y al que menos tiempo le consagramos.
Contrasta esta triste realidad estadística con el discurso nacional que considera que todos los problemas se solucionan con más educación. Si alguien roba es porque no tuvo educación, si se pasa un semáforo en rojo es porque no lo educaron, si golpea a su esposa es por falta de educación, si consume droga es por que no fue a la escuela.
Todo nuestros males se explican porque no educamos a la población. Tal vez sea el momento de preguntarnos sobre la calidad de la educación que se imparte. Sobre todo, cuando las huelgas de los maestros parecen reducir el problema educativo a un asunto de presupuesto. Los salarios de los profesores son malos, muy malos. Pero la calidad de la educación que imparten debe ser muy baja, si el mercado remunera a los graduados universitarios con salarios despreciables.
La crisis de nuestro modelo educativo es integral. Quienes llegan a la universidad traen enormes vacíos en los pilares que permiten el aprendizaje: matemáticas, lectura comprensiva, idiomas, expresión escrita, metología de la investigación y capacidad analítica. Esto es hoy cierto, aun en el caso de los bachilleres de los mejores colegios públicos y privados. La universidad, presionada por los mayores costos que exige la acreditación, ha respondido a este desafío relajando los niveles de selección. Conservar el alumno, así no cumpla con un mínimo nivel académico, es mantener la fuente de ingresos periódicos.
El Ministerio de Educación ha impuesto una enorme cantidad de requisitos para intentar mejorar, sin éxito, la calidad de la educación superior. Los resultados son decepcionantes. La diferencia del salario de enganche de un estudiante de un instituto de educación superior ‘acreditado’ es apenas 200 mil pesos superior al graduado de uno sin acreditación.
Triste tener que decir que, en nuestro país, la educación no es parte de la solución, sino del problema nacional.
Columnista
La educación es el problema
El Ministerio de Educación ha impuesto una enorme cantidad de requisitos para intentar mejorar, sin éxito, la calidad de la educación superior.
POR:
Miguel Gómez Martínez
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