Fue un Tour extraño como los tiempos en que vivimos. No era a principios de verano como era la costumbre sino del otoño. No había el ambiente de vacaciones con las multitudes tradicionales.
Queríamos creer que el triunfo de Egan Bernal podía reeditarse, pero pronto supimos que no sería posible. Los 3470 kilómetros, distribuidos en 21 etapas, mantienen el suspenso que siempre ha caracterizado a la más importante carrera ciclística mundial.
Menos de un minuto, para ser precisos 59 segundos, separaron al primero, Tadeg Pogacar de Primoz Roglic, otro esloveno que llevó durante casi toda la carrera la camiseta amarilla de líder.
¡A la velocidad que ruedan estos profesionales, estos segundos equivalen a unos 300 metros o sea unas tres cuadras de diferencia en cerca de 3500 kilómetros! Esto demuestra el enorme nivel de la competencia.
Pogacar le sacó al primer colombiano, Miguel Angel López (sexto lugar), unos dos kilómetros de distancia que sigue siendo poco cuando se compara con la distancia total recorrida.
Hay muchas lecciones que no debemos desconocer. Nadie se puede dormir en los laureles. Durante décadas hemos creído que nuestros escarabajos son imbatibles en la montaña. Este año sólo había un nacional entre los quince primeros de la clasificación de montaña. Los demás países han aprendido a subir y hoy lo hacen mejor que nosotros.
En cambio, nosotros seguimos sin aprender a correr en plano y en las contra-reloj. Salvo la nueva figura, Daniel Felipe Martínez Poveda, campeón del Dauphiné Liberé, los colombianos pierden demasiado tiempo en estas etapas y ello les cierra muchas posibilidades de triunfo.
Países pequeños como Eslovenia, pueden derrotar a los más grandes. Lo mismo sucede en la competencia económica internacional. Colombia no entendió que toda ventaja es siempre comparativa y puede desaparecer si no se invierte en conservarla y ampliarla, como nos pasó con el café.
El equipo que dominó casi toda la carrera, el Jumbo-Visma, fue muy prudente a lo largo de 19 etapas. Controlaron los ataques, neutralizaron a sus rivales y fueron derrotando a los que tenían escuadras menos poderosas. Les faltó atacar y creyeron que podían garantizar el triunfo.
Se les olvidó que todo el mundo puede tener un mal día y perderlo todo. Su cautela les costó el Tour y ni siquiera triunfaron por equipos. Como nos sucede a los colombianos, que tenemos todo para despegar al desarrollo, pero nos falta audacia para emprender proyectos realmente ambiciosos y hoy tenemos una muy baja competitividad internacional.
Se necesita creer en lo que uno tiene como hizo el muy joven Pogacar. Se mantuvo a la sombra de su compatriota, que tiene un recorrido muy superior al suyo. Sin un equipo competitivo y sin experiencia, logró alzarse con tres camisetas y el triunfo final. Es un corredor mentalmente sólido, capaz de imponerse por encima de los pronósticos. Es la característica del verdadero líder.
En economía, los colombianos hemos desarrollado un espíritu de gregario, nos gusta el pelotón y vamos en el lote, pero nos falta la ambición necesaria para coronar los grandes triunfos. Las lecciones del Tour son útiles.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fascolda
migomahu@hotmail.com