La política, en su sentido noble, es el arte de plantear una idea y luego buscar el camino que la haga realidad. Por ello la política es el arte de conciliar lo ideal con lo posible.
Los grandes políticos son aquellos que pueden inspirar un sueño colectivo y luego tienen la capacidad de implementarlo sin comprometer el futuro de esa sociedad.
El demagogo es el que promueve una idea que sabe es imposible de implementar en la práctica.
El populista es aquel que, sabiendo que la idea es irreal, destruye las instituciones y lleva a la crisis con la obsesión de imponer lo que sabe que no es posible.
Por ello identificamos a los estadistas –categoría superior de la política– que logran ese balance entre idealismo y pragmatismo propio de los grandes liderazgos. Churchill, De Gaulle, Roosevelt, Adenauer o Merkel forman parte de ese muy exclusivo grupo.
Colombia está en un momento definitivo de su historia. Confluyen en la situación actual todas las señales que pueden darle un gran impulso a nuestra democracia o la pueden empujar al abismo. Enfrentamos una coyuntura caracterizada por una extrema polarización política que hace mucho más difícil hacer frente a reto económico y la crisis social que la pandemia ha exacerbado.
Están los populistas que proponen soluciones simplistas a problemas complejos.
Los hay en todos los partidos. Obsesionados por obtener o conservar el poder, adoptan cualquier posición que resulte atractiva con los electores.
Su irresponsabilidad es total pues el fin justifica los medios, por más deshonestos que sean. Claman por subsidios, pero rechazan aumentar los impuestos. Quieren que la actividad económica permanezca abierta, pero que no aumenten los contagios. Critican la política sanitaria del gobierno, pero autorizan marchas siempre y cuando sean para protestar contra Duque.
Piden más seguridad, pero odian a la policía; exigen justicia, pero protegen a los criminales. Lo quieren todo gratis, pero proclaman la meritocracia. Hablan de derechos humanos y de víctimas, pero admiran a las Farc. Piden que la ley sea implacable con los paramilitares, pero que garantice la impunidad de los guerrilleros.
Como los exaltados de mayo de 1968, hacen suya la máxima del demagogo: “¡seamos razonables, pidamos lo imposible!”
A Iván Duque le correspondió heredar, del gobierno anterior, un país desvertebrado por la corrupción y maniatado por un mal acuerdo de paz. Además, tuvo que enfrentar el desafío de la pandemia para el cual ningún país estaba preparado. Lo ha hecho con paciencia y prudencia. En medio de una muy difícil coyuntura son muchos más sus aciertos que sus errores.
Pero hacia adelante, el vacío de liderazgos responsables es angustiante. Voces que, con firmeza y serenidad, muestren un camino y propongan una opción que sea viable y realista no se asoman en el debate político.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda
migomahu@hotmail.com