El próximo gobierno deberá enfrentar un duro panorama económico. Sin importar el que resulte elegido en junio, el margen de maniobra disponible es muy limitado. Un análisis de las grandes variables confirma que el panorama macroeconómico es complejo y requerirá mucha habilidad para su manejo.
Sin duda, es el tema fiscal el más difícil. No hay posibilidad de seguir incrementando los impuestos. Esta alternativa es aún menor desde la aprobación de la reforma tributaria en Estados Unidos, que pone a todas las naciones contra la pared para defender sus capitales atraídos por las muy competitivas condiciones impositivas. Colombia, con su obsoleta estructura fiscal, la rigidez de su gasto público y su problema de informalidad, no puede permitirse una nueva alza en la tributación. No hay camino diferente al de contraer el gasto con el impacto que ello genera en materia de crecimiento. Al próximo gobierno le tocará la austeridad, así algunos crean que el respiro que nos brinda el actual precio del petróleo nos evitará enfrentar lo evidente.
Expertos sostienen que es necesario suspender, de manera temporal, la aplicación de la regla fiscal que obliga a respetar una senda de disminución del déficit fiscal. De esa forma, se podrían atender los absurdos compromisos adquiridos en el Acuerdo de Paz. Una decisión de esa naturaleza desmontaría una de las mejores medidas adoptadas en los últimos años para intentar poner en cintura el crecimiento del gasto oficial. Muy seguramente produciría la pérdida del grado de inversión, lo que agravaría la ya muy delicada perspectiva de la economía colombiana.
Sin embargo, el reto más grande es en materia de crecimiento. Los últimos años han mostrado un lánguido desempeño en materia productiva. La industria está postrada, la agricultura alterna años buenos y malos, el comercio está muy golpeado por el aumento del IVA, la Bolsa de Valores anémica y la inversión en punto muerto. A diferencia de lo que sucedía antes de la bonanza de las materias primas, las exportaciones no han reaccionado plenamente a la mejor tasa de cambio. El mejor resultado de la cuenta corriente se explica, en buena parte, por los precios internacionales del petróleo y el oro, que han estado elevados. Las no tradicionales muestran un comportamiento apenas aceptable. Las mejores perspectivas de la cotización del crudo ya han tenido un efecto sobre la tasa de cambio, lo que podría frenar la débil dinámica del sector exportador.
Sin crecimiento, el problema fiscal se agrava. Sin crecimiento, el desempleo no puede sino aumentar. Sin crecimiento la reducción de la pobreza es imposible. Por ello, el reto de poner en marcha de nuevo la economía es la primera prioridad de quien asuma la presidencia. Sabemos que no puede ser por la vía del gasto público. Tampoco es viable un aumento del salario, pues las empresas no soportan más cargas. Quedaría el camino de buscar un estímulo tributario mediante una reforma, que genere un retorno a la confianza y al optimismo, que tanta falta hacen. Pero los riesgos de una estrategia de este tipo son elevados y su tiempo de respuesta no es inmediato. Tampoco evita asumir el necesario recorte del gasto público, sin el cual nada sería viable.
Se vienen tiempos difíciles y de gran complejidad.