La mejor manera de entender el presente y escudriñar el futuro es la historia. En el pasado están las claves de lo que vendrá. No es por aquello de que, como diría el rey Salomón, “no hay nada nuevo bajo el sol” sino porque el ser humano, en su infinita diversidad y complejidad, tiene patrones de comportamiento donde se presentan, con mucha frecuencia, similitudes y paralelismos.
Buscando momentos históricos que nos permitan ese estilo de ejercicios, creo que el más relevante es el período de la segunda república española (1931-1939). Muchos de los rasgos que se presentaron en ese lugar y en ese momento cronológico, tienen muchas similitudes con la Colombia en la que hoy vivimos. Incluso podríamos hacer el interesante ejercicio de situar quiénes son los personajes equivalentes de ese drama hispánico en la realidad colombiana actual.
Santos sin duda sería el presidente Niceto Alcalá Zamora, un hombre moderado que, en su afán de pasar a la historia, fue clave en la destrucción de todos los valores sociales.
Su ego lo impulsaría, con obsesión enfermiza, a neutralizar y destruir todas las opciones de centro y derecha que podrían haber evitado la guerra civil. Gustavo Petro es Francisco Largo Caballero, ‘el Lenin español’, carismático líder del ala radical del partido socialista, que jugó todas las cartas de la polarización y el extremismo para llegar al poder.
Nombrado para dirigir el gobierno en la etapa inicial de la guerra, sucumbió al radicalismo y el caos generado por la izquierda fortaleciendo al franquismo. Manuel Azaña es Iván Duque, convencido que la moderación y la razón se impondrían finalmente sobre la violencia y el extremismo.
Álvaro Uribe sería José María Gil Robles, el popular líder de la derecha que creyó posible conciliar un discurso firme con un actuar dubitativo para hacerse perdonar sus ideas favorables al orden.
Como Alejandro Lerroux, el oportunista líder del centrista partido radical, hay muchos en la escena política actual colombiana. Todos aquellos que creen que, desde la comodidad de los lugares comunes y las frases de cajón, pueden aprovechar el momento sin entender que el régimen colapsa en el desprestigio y la ineficiencia.
Ni los tiempos, ni los lugares, ni la historia de España de entonces son iguales a la Colombia de hoy. El determinismo histórico es siempre abusivo porque, como lo afirma Heráclito, “uno no se baña dos veces en el mismo río”. Pero las lecciones de la historia están para ser aprendidas y no olvidadas.
Pero tampoco es coherente pensar que procesos similares no lleven a consecuencias parecidas. Un análisis de la segunda república española permite concluir que todos los actores eran conscientes que marchaban al desastre pero no tuvieron la grandeza y el coraje de frenar la retórica divisiva buscando los consensos que se imponían para evitar la guerra civil.
Miguel Gómez Martínez
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