Los partidos políticos tradicionales hacen honor a su nombre y escogen a Horacio Serpa y Roberto Gerlein como sus cabezas de lista para las próximas elecciones. Y, en la misma semana, Colombia registra un pésimo resultado en las pruebas internacionales Pisa, en las que se mide el nivel de nuestros estudiantes. Mientras parecemos vivir mirando hacia atrás, tenemos un futuro comprometido, pues nuestros estudiantes obtuvieron el puesto 61 entre 65 países por su conocimiento en diferentes áreas.
Está claro que una sociedad más educada es mejor. Pero poco énfasis se le pone al tema de la calidad, que cada día es peor, y que es producto de décadas de ausencia de una política educativa que estimule la excelencia, promueva la competencia y premie a los mejores. ¿Quién es el responsable de esta calamidad nacional? Sería fácil culpar al Gobierno actual, que muy poco ha hecho por el tema educativo y escondió la reforma apenas los estudiantes salieron a la calle a protestar. Podría culparse a los estudiantes de la Mane, cuyo único interés es graduarse como sindicalistas exigiendo más y más sin ofrecer ningún compromiso de su parte. Podría responsabilizarse a Fecode, más interesada en sus privilegios que en promover, entre sus miembros, un escalafón basado en la preparación y calidad de los docentes. Serían también culpables todos aquellos ‘empresarios de la educación’ que creen que es un negocio como cualquier otro, en el que se maximizan ingresos y reducen costos sin entender que lo que está en juego es el futuro de un joven. Están las universidades –públicas y privadas– que han caído en el juego de la mediocridad disminuyendo sus exigencias académicas para adaptarse al bajísimo nivel de los bachilleres.
La crisis de la educación es muy parecida a la de otros sectores de nuestra sociedad. Hemos decidido que al que se porta mal le va bien. El sistema de evaluación escolar favorece a los mediocres que tienen siempre todo tipo de posibilidades de recuperar las materias, sin que su falta de dedicación tenga ningún tipo de sanción. Si el profesor es exigente, los padres se encargan de boicotearlo. Los rectores tienen miedo de pedir un mayor compromiso de alumnos, padres y maestros, pues temen las acciones legales que hoy pululan contra quienes hacen cumplir las normas y los reglamentos estudiantiles. Hay rectores y profesores entutelados, amenazados, asesinados y obligados a renunciar por intentar mejorar el nivel académico.
Tal vez entendamos con este descalabro que, lo que es gratuito, como lo es hoy la educación pública, por lo general es de baja calidad. Son preferibles los subsidios a la demanda (los padres) que a la oferta (los centros educativos), ya que permiten que los papás escojan los colegios no por su gratuidad, sino por su calidad. Utilizando el Servicio Nacional de Pruebas del Icfes es posible reconocer, con mejores salarios, a los profesores sobresalientes, medidos por los resultados obtenidos por sus alumnos en las pruebas de Estado.
Ya es hora de que entendamos que la educación forja un futuro para la sociedad, pero solo si es de buena calidad.
Miguel Gómez Martínez
Profesor del Cesa