El ciclo de protestas que inició a finales de 2019, y que ha tenido un segundo brote marcado por mucha violencia, tiene las características de los movimientos sociales recientes que azotaron a Francia o a Chile. Se trata de fenómenos sin un único promotor ni una clara agenda de reivindicaciones.
Para los gobiernos que han tenido que enfrentarlos es muy difícil encontrar una salida a la crisis. No resulta claro lo que la calle reclama ni quiénes son sus voceros. En el caso colombiano, la excusa fue la propuesta de reforma tributaria. Pero el retiro de ésta no calmó los ánimos. Por el contrario, pareció exacerbarlos. Mientras tanto, el desorden se mantenía con niveles muy desiguales de intensidad geográfica.
En el movimiento están los tradicionales de la protesta representados por los sindicatos que siempre tienen motivos para nuevas peticiones. También los universitarios que no pueden estar ausentes. Obviamente los movimientos de izquierda infaltables en todas las manifestaciones. Pero en este caso, a estas fuerzas se sumaron todo tipo de colectivos con agendas dispersas y, en muchos casos, contradictorias. Artistas, taxistas, personal de la salud, colectivos LGTBI, grupos indígenas, comerciantes informales, transportadores independientes, partidarios de la legalización de las drogas, ecologistas, animalistas, entre otros, también estaban presentes. Todo lo anterior envuelto en bandas organizadas y financiadas encargadas de saquear y generar miedo. Un comité de paro quiso asumir la vocería, pero era evidente que no representaba sino a las fuerzas tradicionales de la protesta.
El gobierno, presionado por la parálisis de la movilidad y la irritación de quienes no participaban en el movimiento, abrió la puerta al diálogo. Obtuvo respaldos para luego quedar sorprendido por la solicitud del comité que, en un listado irresponsable e irreal, solicitó medidas por más de 80 billones, unas cuatro veces lo que el gobierno pensaba recaudar con la reforma tributaria inicial. Es la mejor indicación de que no tienen ninguna voluntad de llegar a un acuerdo pues saben que es imposible de satisfacer.
Algunos sostienen que esta multiplicidad de actores es el reflejo de la impopularidad del gobierno. Otros insistirán en que es una sociedad con demasiadas necesidades insatisfechas. No faltan los que insisten en la tesis de una conspiración inspirada en la "revolución molecular disipada" inspirada por el eje cubano-venezolano.
La verdad es que hay un poco de todo en este movimiento. El único denominador común es su anti- gobiernismo. Algunos quieren generar una crisis política estructural. Otros sólo quieren impulsar su agenda temática propia.
El problema de fondo es que esta protesta atomizada seguirá activa. El desgaste y la fatiga son armas políticas poderosas en los regímenes democráticos sometidos a la presión mediática. Hasta las próximas elecciones pasaremos por valles y picos de actividad en las protestas como ha sucedido en otros países.
Miguel Gómez Martínez
migomahu@hotmail.com.
Presidente de Fasecolda