Como una sombra en el atardecer, la recesión mundial crece lentamente. La situación europea empeora sin parar. Salvar a España es una prioridad, pero la credibilidad de las instituciones comunitarias es tan baja que los inversionistas, que juegan un papel central en este proceso, no terminan de convencerse de la voluntad de las autoridades de evitar el colapso hispano. Si España entra en cesación de pagos, el derrumbe del euro es inevitable.
Mientras tanto, las cifras de la economía estadounidense son flojas. El crecimiento es decepcionante y los malos resultados en materia de empleo reflejan la debilidad de la demanda agregada. Esta es la mayor preocupación de Obama de cara a las elecciones de noviembre. A pesar de la debilidad de la fórmula presidencial de los republicanos, una ley de la política en EE. UU. es que los presidentes de periodos económicos recesivos tienen dificultades en las elecciones.
Esta crisis, que ya cumple cinco años, ha puesto en jaque a las políticas económicas. La respuesta en los países desarrollados ha sido inyectar masivos recursos monetarios para garantizar entornos de liquidez. Al mismo tiempo, han usando el gasto público para salvar los sistemas financieros, lo que se ha traducido en un aumento muy significativo de deuda pública. Todos los países europeos en dificultades tienen niveles de deuda elevados, por encima del 100 por ciento de su PIB, que son insostenibles. Hay serias dudas de que el sendero de deuda de EE. UU. pueda mantenerse en los próximos años, lo que exigirá una reducción del déficit. Los resultados, hasta el momento, han sido decepcionantes.
Los keynesianos, con Paul Krugman a la cabeza, insisten en que hay que incrementar aún más el gasto público. Sostienen que solo el Estado puede cumplir el papel de reactivar la economía deprimida. El problema de esta aproximación es que desconoce que una de las razones que explica la crisis actual es el elevado nivel de endeudamiento de los países ricos. El financiamiento de sistemas de salud inviables y regímenes de pensiones desligados de la realidad demográfica han llevado a los países europeos a la ruina. Seguir aumentando el déficit presupuestal solo incrementará la desconfianza de los mercados en las políticas. Los keynesianos creen que la salida es mayor inflación y devaluación, para que otros paguen las deudas acumuladas. El remedio de más gasto está envenenando el ambiente de credibilidad que requiere una recuperación.
Quienes siguen el modelo de Keynes, no quieren reconocer que el equilibrio está roto y que la salida de la crisis requiere sacrificios de largo plazo. El gasto desbordado por décadas es lo que tiene a estas economías al borde del desastre. Los europeos tendrán que enfrentar un largo proceso de empobrecimiento. Los estadounidenses, por su parte, deberán reducir sus niveles de gasto y aumentar el ahorro. Nada de esto se hará sin dolor y sin agudas tensiones políticas.
El camino será tan largo como débiles sean los ajustes propuestos. De ahí que, solo los que asuman el reto de meter en cintura sus finanzas públicas tendrán la esperanza de recuperar la estabilidad.
MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
PROFESOR DEL CESA
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