Luego de décadas de infiltrar los sindicatos, la educación, el sistema judicial, los medios de comunicación y el discurso político, la izquierda está en plena cosecha.
La verdad, lleva varios años con el viento a favor pues, desde el inicio del proceso de paz, el debate político gira alrededor de sus intereses ideológicos. Santos les entregó la bandera política más importante: validó su visión del pasado, el presente y el futuro del país.
El proceso de paz les dio impunidad, el control de la justicia de paz y legalizó todas sus peticiones sin que tuviesen que ceder nada.
La sociedad entendió que el terrorismo, el secuestro y la extorsión quedaban legitimados como herramientas políticas. No es de extrañar que, en los últimos años, la violencia de las manifestaciones de protesta sea cada vez mayor. No tiene lógica condenar al que incendia buses si quienes bombardearon iglesias con la población encerrada ostentan credenciales parlamentarias.
Mientras tanto las instituciones democráticas han perdido su legitimidad. Desde el proceso 8.000 y hasta Odebrecht, se sabe lo corruptas que son las elecciones. La mermelada, que el gobierno anterior utilizó sin límites para comprar consciencias, votos, elecciones y apoyos, destruyó el poco de dignidad que les quedaba al Congreso de la República y a buena parte de la prensa.
La fuerza pública está maniatada por el miedo a la justicia. El mando entiende que será juzgado por quienes están del lado de quienes amenazan la legalidad. Los subordinados saben que no vale la pena arriesgar la vida para luego ser lapidados y juzgados por una prensa que no entiende las dificultades operacionales.
La justicia abandonó la defensa del ciudadano y se preocupa por proteger los derechos de los delincuentes. Por ello, cada día presenciamos más incidentes de víctimas de la inseguridad ejerciendo la justicia por sus propias manos, pues saben que las instituciones no los van a respaldar.
Todos los partidos políticos, incluidos el uribismo y los conservadores, promueven ideas populistas creyendo que el poder es lo único que cuenta.
La prensa, arrinconada por las redes sociales, intenta competir con clics entregando su papel como orientador de la opinión. Su influencia es cada día menor en una sociedad donde las tendencias, la manipulación y la desinformación forman un coctel donde la búsqueda de la verdad parece infructuosa.
En el fondo la crisis, que hoy parece tomar una mayor velocidad, se viene incubando desde hace décadas. No es una crisis de gobierno sino de estado.
Nuestras instituciones, inoperantes y maniatadas por la corrupción, no tienen la capacidad de enfrentar los problemas cotidianos de los ciudadanos.
La izquierda ha sembrado y está recogiendo sus frutos. Pero el abono de esta crisis lo pusieron quienes, desde hace décadas, ejercieron el poder político anteponiendo el interés personal al bien colectivo. Así de simple.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda
migomahu@hotmail.com