Las vacaciones son un buen momento para cambiar el enfoque de las lecturas. Romper con la cotidianidad es saludable pues tiene el doble efecto de refrescar y descansar. En el cierre del año anterior cayó en mis manos “Chirac Confidencial” (Pluriel, 2021), un libro de Jean-Luc Barré sobre el fallecido mandatario francés.
Se trata de unas largas entrevistas que el ex -presidente galo le otorgó a este periodista político en el cual desnuda una parte muy interesante de la personalidad de quien, por más cuarenta años, fue una de las figuras centrales y más polémicas de la política francesa. Algo similar había hecho, antes de morir, el ex -mandatario socialista François Mitterrand.
El texto es entretenido para quien haya seguido la política francesa de las últimas décadas. Pero no me aventuraría a recomendar la lectura pues el libro deja un sabor amargo en la boca. A través de los diálogos y remembranzas, salen a flote todas las facetas deprimentes de la vida política. Egoísmo, odio, venganza, traición, mentira, favoritismo e intriga se entrelazan en las páginas confirmando que la política, aún en un país de la profunda intelectualidad como es Francia, es una actividad ejercida sin ética ni escrúpulos.
Se descubre además que Chirac, que durante décadas fue la figura predominante de la derecha francesa confiesa, sin tapujos, que nunca fue de derecha. Esta afirmación sorprende pues era reconocido como el contradictor número uno de la izquierda francesa. Se llega a la terrible conclusión de que su discurso y su actuar fueron, durante años, una impostura para ocupar un espacio político y aprovechar la confianza de un electorado que creía estar votando por unas ideas que no eran las que el candidato representaba en realidad.
A pesar del esfuerzo de Barré por mantener una distancia crítica, el autor sucumbe ante el encanto de este viejo lobo de la política que, a pesar de su pobre legado como presidente, logra presentar todas sus argucias y jugadas con un gran sentido de normalidad. En varias ocasiones, el mismo Chirac acepta que el juego político es sucio y no debe ser juzgado con los parámetros éticos tradicionales.
La triste conclusión no es novedosa: para tener éxito en la política hay que estar dispuesto a todo, sin lealtades ni coherencias. Las personas con escrúpulos y principios difícilmente sobreviven al juego sucio de esta actividad. Nadie es indispensable y a todos les llega el momento de ser sacrificados en aras de lo único que cuenta: el poder.
No soy tan ingenuo como para haber descubierto esta horrible realidad en esta lectura. Pero siempre se tiene la esperanza de que en los grandes países las cosas no sean como en nuestras geografías. La verdad es que la política es, sin excepción, una actividad deprimente en todas las latitudes.
MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
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