Estados Unidos, que normalmente ha sido la nación más autoconfidente del mundo, está triste. Ocho de cada diez norteamericanos piensan que su país se ha estado dirigiendo equivocadamente. Parte de la culpa ha sido sin duda la mala administración Bush. El porcentaje de aprobación ha llegado a niveles subnixonianos. Pero muchos piensan y están preocupados no tanto por un presidente fallido como por una nación declinante.
Una fuente de ansiedad es el capitalismo norteamericano, que está produciendo bajos resultados. El 'Consenso de Washington' le dijo al mundo que mercados abiertos y la desregulación resolverían sus problemas. Sin embargo, los precios de vivienda en Estados Unidos están cayendo más rápido que durante la Depresión, la gasolina está más cara que en los años setenta, los bancos están colapsando, el euro está más fortalecido que el dólar, el crédito es escaso, tanto la recesión como la inflación amenazan la economía, la confianza del consumidor está en baja, y por último los belgas acaban de comprar la compañía de cerveza Budweiser. La denominada 'cerveza norteamericana'.
La globalización está bajo fuego: el libre comercio es menos popular en Estados Unidos que en cualquier otro país desarrollado, y una nación que se formó en los inmigrantes está construyendo una valla para mantenerlos fuera.
En el extranjero Estados Unidos ha gastado vastas cantidades de sangre y dinero sin resultados benéficos. En Irak, encontrar una salida aceptable se miraría como un éxito. Afganistán está resbalando. El reclamo norteamericano de ser un faro de libertad en el mundo oscuro ha sido nublado por Guantánamo y Abu Ghraib.
Estados Unidos ha pasado por momentos parecidos antes. En los años 50 hubo el Sputnik y se le adelantó el poderío soviético; en los años setenta hubo Watergate, Vietnam y los choques petroleros, a fines de los ochenta Japón parecía comprar a Estados Unidos.
Cada vez los norteamericanos rebotaron, porque ellos se arreglan
ellos mismos. De la misma manera como el capitalismo permita que compañías mueran y así vuelvan a renacer rápidamente, de la misma forma su sistema político reacciona rápidamente. Aun así los países, como la gente, se comportan peligrosamente cuando su talento se oscurece. Si Estados Unidos falla en distinguir entre lo que necesita cambiar y lo que necesita acertar, arriesga herir no sólo aliados y socios comerciales sino también a sí mismo.
Una política monetaria laxa permitió que los norteamericanos aumentaran deudas y crearan una burbuja de precios en las casas de habitación que tenía qué explotar eventualmente. Sobre-sindicalizado y no confiable, el sistema de educación estadounidense necesita la misma suerte de competencia que hace de sus universidades la envidia del mundo. El cuidado de la salud, que resulta ser el más caro del planeta, aún cuando falla en atender bien a sus usuarios, necesita reformas urgentemente.
La distancia de capacidad adquisitiva entre Estados Unidos y los países asiáticos ciertamente se está acortando, pero preocuparse por ello es equivocado por las siguientes razones: 1) Aún a la presente tasa de crecimiento, China se demoraría un cuarto de siglo para alcanzar a Estados Unidos. Además, las tensiones internas que la economía china -en rápido crecimiento- llevaría a este país, seguramente, a desfallecer en el camino antes de equipararse con la economía norteamericana. 2) Aún si la elevación de Asia siguiera su rumbo, sería equivocado pensar esto como un problema. El crecimiento económico no es un juego de suma cero. Mientras más rápido crezcan China e India, más productos norteamericanos tendrían que comprar. Y ellas están en boom más que todo, porque han adoptado ideas norteamericanas.
Estados Unidos debe mirar su éxito como un tributo, no como una amenaza, y los norteamericanos deberían celebrarlo.
Estados Unidos necesita cambios
POR:
Nicolás de Zubiría Gómez
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