La coyuntura actual de la economía colombiana nos muestra hechos, uno bueno y uno malo, que deberían sorprender por su rareza y que, sin embargo, hemos ignorado olímpicamente. La primera sorpresa es la excelente adaptación de la economía a la caída del precio del petróleo desde el 2013, que representa el mayor declive de las exportaciones desde la Gran Depresión de 1929. Gracias a una depreciación rápida del peso, las importaciones se ajustaron a lo largo de tres años y no observamos impacto en la producción.
En esto nos distinguimos de otros países petrodependientes, como se observa en la gráfica: de Colombia se espera el mejor desempeño entre el 2016 y el 2018 (estimado), incluso comparado con países como México o Canadá. En particular, nuestros dos vecinos, Ecuador y Venezuela, muestran las recesiones más profundas de entre las naciones en esta muestra de petrodependientes.
Ahora bien, han pasado dos años con el peso megadevaluado y la reacción de la economía comienza a ser preocupante. Si bien la respuesta inicial fue extraordinariamente positiva frente a la coyuntura externa más exigente de la historia, en la actualidad vemos que el ajuste se quedó trunco, basado en el uso de un único instrumento, la tasa de cambio, y con un solo resultado, la caída de las importaciones.
Y este es el segundo hecho que debería sorprendernos: frente a semejante devaluación, ni las demás exportaciones han crecido, ni la producción nacional ha reemplazado las importaciones industriales o agropecuarias como para llenar el hueco dejado. Si no ocurre ni lo uno ni lo otro, deberíamos estar en recesión. Sin embargo, al pasar las transacciones externas a pesos tenemos:
La caída de importaciones ha sido insuficiente; de hecho, en pesos –y gracias a esa megadevaluación, precisamente– han crecido. Entre el 2012 y el 2016, las importaciones de bienes y servicios, en términos reales, pasaron de 133 billones a 170 billones (en pesos constantes del 2012 ) con incremento de 28 por ciento, el componente de mayor crecimiento, por encima de la inversión y el consumo doméstico. En vez de sumar (lo que ocurriría si fueran dos signos negativos), el componente importado continúa restándole al producto.
Al observar las cifras de agricultura e industria, incluso el Banco de la República, en el último informe sobre inflación, descarta la industria y la agricultura como beneficiarios de esta coyuntura y busca, en cambio, una explicación en la hipótesis de que los consumidores ahora consumen más servicios –masivamente domésticos– y que es allí donde ha ocurrido la sustitución de importaciones. Según ello, los colombianos habríamos suspendido el consumo de autos, pantallas planas gigantes y celulares para cambiarlos por turismo doméstico, restaurantes, entre otros.
Si esto es así, tenemos un ajuste trunco: se devaluó sin que las exportaciones se incrementaran ni –por la paradoja que explicamos– las importaciones decrecieran.
Podríamos esperar un tiempo más para ver si el aparato productivo se flexibiliza y responde como se espera. Pero, como bien señalaba Ricardo Haussman, en estas circunstancias los colombianos deberíamos comenzar a preocuparnos por el resultado trunco de este ajuste.
Joaquín Montes
Director Dattoinfo.