Lo que parece preocupar más a la gente acerca de la próxima fase de la automatización es la sensación de que nadie estará a salvo.
Esta vez no serán solamente los trabajadores de las fábricas y los mecanógrafos los que perderán sus empleos, se nos ha dicho, sino que serán los taxistas, los contadores y los abogados.
Quizás ésta es la razón por la cual la gente se ha tardado en pensar en el impacto geográfico potencial del progreso tecnológico. Si todos se van a ver afectados, entonces los efectos seguramente también se sentirán en todas partes.
Sin embargo, las anteriores olas de disrupción no se han extendido por los países indiscriminadamente. Han sido moldeadas por los contornos del paisaje económico. Esta vez, ¿serán realmente diferentes las cosas? Un creciente cuerpo de investigación sugiere que el impacto geográfico de la nueva era de la máquina será, de hecho, profundamente desigual.
Un documento publicado esta semana por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) - el organismo con sede en París conformado en su mayoría por ricas naciones - indicó que la distribución de empleos con alto riesgo de automatización varía marcadamente.
En general, el norte de Europa, Norteamérica y Nueva Zelanda corren un riesgo mucho menor que el sur y el este de Europa. En el occidente de Eslovaquia, casi el 40 por ciento de los empleos están en riesgo, mientras que en la región alrededor de Oslo, en Noruega, la proporción es de cerca del 4 por ciento.
Algunos países, pero no todos, tienen amplias disparidades dentro de sus propias fronteras. En España, por ejemplo, la brecha entre las regiones más expuestas y las menos expuestas es de 12 puntos porcentuales. En Canadá, la brecha es de sólo un punto porcentual.
Como debiera quedar claro según estos hallazgos, la OCDE no cree que los empleos de todo el mundo estén igualmente expuestos a la automatización.
Sus cálculos se basan en la suposición de que algunas tareas continúan estando fuera de la capacidad de los robots y de los algoritmos: la inteligencia creativa, la inteligencia social y algunos tipos de ligeras actividades físicas no estructuradas.
Al examinar las tareas que realizan las personas en diferentes ocupaciones, la OCDE ha concluido que los empleos que requieren altos niveles de educación permanecen en su mayoría seguros, mientras que los empleos que requieren solamente educación básica (con algunas excepciones como la asistencia social) están mucho más expuestos que en anteriores olas de automatización.
En términos geográficos, eso representa una preocupación porque los mercados de empleo locales no son tan diversos como solían serlos. Durante años, las ciudades han estado atrayendo a las personas del campo altamente educadas. Por lo tanto, es probable que la automatización afecte a las áreas rurales más que a las urbanas, lo cual incrementará la disparidad.
Sin embargo, no todo es pesimista. Se destruirán empleos, pero también se crearán empleos. De hecho, este proceso ya está sucediendo. Entre 2011 y 2016, la creación de empleos en ocupaciones con bajo riesgo de automatización ha superado la destrucción de puestos de trabajo en ocupaciones de alto riesgo en el 60 por ciento de las regiones.
Los lugares por los que deberíamos preocuparnos más son aquellos que no se han preparado para enfrentar los cambios que provocará la automatización. En el Reino Unido, por ejemplo, casi todas las regiones del país han estado creando empleos en ocupaciones con menor riesgo de ser reemplazadas por robots. La excepción es Irlanda del Norte, la región con el mercado laboral más débil. Aquí la tendencia está yendo en la dirección opuesta: el crecimiento del empleo ha sido impulsado por ocupaciones con alto riesgo de automatización. Aproximadamente una de cada 10 regiones en los 21 países incluidos en el estudio se encuentra en la misma situación que Irlanda del Norte. Otro 9 por ciento ha estado experimentando pérdidas de empleos en ocupaciones más inmunes a la automatización.
Los legisladores locales y nacionales debieran esforzarse por conectar las zonas rurales con las ciudades a través de una mejor infraestructura de transporte y del Internet. También debieran tratar de fomentar empleos de mejor calidad y menos automatizables localmente.
Pero la historia indica que deben tener cuidado con las ‘soluciones rápidas’. En Escocia, por ejemplo, los políticos les ofrecieron incentivos financieros a las multinacionales para que instalaran plantas electrónicas en áreas devastadas por el declive industrial. Pero después del estallido de la burbuja de las puntocom, “Silicon Glen” (el equivalente a Silicon Valley en Escocia) se evaporó conforme estas empresas cambiaron la producción en masa a países más económicos. Los empleos que parecen ‘futuristas’ no son necesariamente trabajos a ‘prueba del futuro’.
Los países que están menos expuestos a la automatización ofrecen una lección útil. A menudo, no son tan diferentes en términos de la composición sectorial de sus economías. Lo que es diferente es la forma en que funcionan los empleos en la práctica.
Un trabajo de fabricación en Eslovaquia, por ejemplo, pudiera consistir en una estrecha variedad de tareas automatizables, mientras que uno en el norte de Europa pudiera requerir monitorear un robot industrial, resolver complejos problemas y controlar la calidad.
Los empleos no necesariamente deben eliminarse y reemplazarse; también pueden evolucionar para convertirse en otros trabajos mejores, más seguros y más productivos.
Sin embargo, algunas regiones están evolucionando en la dirección equivocada. La disrupción económica puede dejar duraderas cicatrices en un paisaje laboral. Si no actuamos con premura, es probable que nos encontremos lidiando con un nuevo “cinturón del óxido robótico” en el futuro.
Sarah O'Connor